La vanidad de Sánchez la paga España

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

JOHN THYS

27 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La frontera que separa el exceso de ego del simple ridículo personal es un límite que Pedro Sánchez rebasó hace ya tiempo. En los poco más de seis meses que lleva en la Moncloa, hemos contemplado imágenes grotescas, como aquella que nos lo mostraba disfrazado de Kennedy con unas enormes gafas de sol a bordo del Falcon oficial, simulando que despachaba algún asunto folio en mano. O aquella otra, también difundida desde la oficina de prensa de la Moncloa, que incluía cuatro fotografías de la manos de Sánchez y de su perfecta manicura, acompañadas de un pie de foto que decía textualmente: «las manos del Presidente marcan la determinación del Gobierno».

Hasta qué lejanos confines de lo risible esté dispuesto a llegar en su infantil vanidad de presidente novato es un asunto personal que solo a él le compete. El problema llega cuando ese adanismo jactancioso de quien cree que la historia de España comenzó el día que llegó a la Moncloa afecta a los intereses, la imagen y el prestigio de un país. Siendo el presidente del Gobierno con menos apoyo de la democracia, y estando en manos de quienes se declaran enemigos de España, Sánchez ha entrado como elefante en cacharrería en los asuntos más espinosos de nuestra historia sin contar con nadie ni buscar consenso con la oposición. La momia de Franco, el problema catalán, el papel del rey, la Constitución, Cuba, Gibraltar. No hay charco que no pise asegurando que él solito lo solucionará todo sin ayuda de nadie y sin medir las consecuencias de sus actos. Pero su osadía se mide ahora por el tamaño de sus fracasos.

Sobre Franco, su atropellada intervención y su falta de previsión solo ha servido para que el problema de su necesaria exhumación del Valle de los Caídos se haya convertido en uno de aún más difícil solución: ¿donde ponemos ahora el cadáver del dictador? Respecto a Cataluña, su «dejadme solo que esto lo arreglo yo con mucho diálogo con los independentistas» solo ha servido de momento para que el ministro de Asuntos Exteriores reciba un lapo como respuesta en pleno Congreso. Todo esto en casa. Pero aún es peor lo de fuera. Aquejado de un complejo de Willy Fog, a Sánchez no se le ocurrió mejor idea que, en medio de la recta final del Brexit, y con el problema del encaje de Gibraltar en la Unión Europea sin resolver, viajar a Cuba para saludar desde la escalerilla del avión junto a su mujer, dejando claro que su intención de suplantar al jefe del Estado va más allá de su lapsus en el besamanos de la Zarzuela. Mientras paseaba ufano por la Habana vieja dando aire al dictador Canel y despreciando a la oposición a la dictadura castrista, a Sánchez la Unión Europea y la británica Theresa May le metían un gol por la escuadra con nocturnidad y alevosía. Pero Pedro I el grande quiere transformar el histórico patinazo en triunfo y nos asegura que con un papelito firmado por un embajador británico él ha conseguido la mayor victoria de España sobre Gibraltar en un conflicto de siglos. Que alguien le despierte de su sueño antes de que sea tarde.