Remites privados

César Antonio Molina ESCRITOR Y POLÍTICO, EXMINISTRO DE CULTURA (A CORUÑA, 1952)

OPINIÓN

18 nov 2018 . Actualizado a las 10:42 h.

Por razones familiares, debo ser el español que -al menos en las dos últimas décadas- visita más frecuentemente la tumba de Antonio Machado. Cérbère es el primer pueblo francés, tras Port-Bou. Allí paso temporadas en una casa que fue de los aduaneros. Está frente a la playa y bajo la estación del ferrocarril. En uno de los armarios de este alto y amplio caserón están todavía colgados los uniformes militares que las diferentes generaciones de inquilinos tuvieron que vestir desde el desastre francés ante Prusia hasta la última guerra mundial. Oficiales alemanes habitaron durante la ocupación una de las plantas más nobles, sintieron admiración por este pequeño museo y contribuyeron ellos mismos con algún recuerdo. Se enamoraron del desdén de la joven dueña, que era una magnífica pintora y, de lo que a ellos más les emocionaba, su destreza pianística. La dueña que tiempo atrás había ayudado a pasar el cortejo de derrotados republicanos españoles.

Collioure está muy cerca por una carretera llena de acantilados, de viñedos, y tan hermosa como atormentada. La tramontana, cuando sopla, la hace imposible. Collioure tiene un gran castillo sobre la misma playa. Su belleza atrajo a pintores como Matisse y Picasso. Allí está, tal cual, el hotel donde murió Machado y su madre, rozando el cementerio. Siempre acudo a visitar este jardín de esbeltos cipreses cercado por antiguas casas. La gran losa de la tumba lo preside. Hay un buzón del que rebosan cartas, que se esparcen y marchitan como hojas muertas. Un día el guarda, que ahora es un buen cómplice, me cogió a punto de satisfacer mi curiosidad. Me previno de que el correo era algo privado y que podía incurrir en un delito. Ahora, cuando voy, los dos lo ordenamos, y él, que jamás salió de estos lindes, me dice que le describa los lugares de donde provienen los remites.