Felipito Tacatún en la Moncloa

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Eduardo Parra - Europa Press

18 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Con lo pronto que se ha habituado Sánchez a las prebendas del poder (el avión y el helicóptero a los que se sube en cuanto puede, esa agenda internacional de la que no se pierde ni una cita, el mando en plaza, ver a sus pies a los que lo defenestraron) se explica que el presidente quiera alargar todo lo posible su estancia en la Moncloa. Y más aun si se constata que Sánchez ha concebido desde el principio su función presidencial como una palanca para colocar a su partido en posición de volver a mandar tras el final de la actual legislatura. La intención del líder del PSOE no es gobernar sino estar en el Gobierno, que es algo muy distinto.

Ese es el origen de la extravagante teoría que, haciendo de la necesidad virtud, formuló la portavoz del Ejecutivo tras la última reunión del Consejo de Ministros: «La obligación de todo gobierno es mantenerse». ¡Ahí queda eso! Según Celaá, que habla por boca de ganso, pues repite las consignas elaboradas por los gurús de la Moncloa, la función de los gobiernos no es gobernar sino mantenerse aunque, según resulta ya patente en el caso del que preside Sánchez, mantenerse signifique renunciar a gobernar.

Celaá nos ha aclaro con una desvergüenza digna en verdad de mejor causa que el Gobierno está dispuesto a basar toda su estrategia de futuro en la frase de un humorista mediocre, aquel Joe Rígoli que, en su personaje de Felipito Tacatún, hizo popular su «Yo sigo» en la España del último franquismo. Esa es, ni más ni menos, la posición de Pedro Sánchez: aguantar pase lo que pase, incluso si llega a quedarse solo en el Congreso con sus 84 diputados.

Aguantar, sí, poniendo cara de póker, aunque no haya Presupuestos y aunque sea, por tanto, necesario renunciar a cualquier cambio sustancial de una política económica que, según Sánchez se cansó de repetir, suponía una desgracia para España. Aguantar aunque Podemos le retire el apoyo, tal y como ha anunciado Pablo Iglesias que hará si no se aprueban nuevos Presupuestos, lo que significaría que Sánchez ya no podría ni siquiera gobernar por decreto-ley como hasta ahora. Aguantar aunque se sienten en el Consejo varios ministros (la última, nada más y nada menos que la de Economía) tocados por escándalos por los que Sánchez, desde la oposición, exigía a los afectados su inmediata dimisión. Aguantar aunque sea al precio de tener que andar enredando con el indulto a los golpistas. Y aguantar en medio de un absoluto caos político y fiscal, que ha convertido al Gobierno en el camarote de los Hermanos Marx: todos los ministros se contradicen entre sí y muchos son desmentidos por sus interlocutores, del Vaticano al PNV, pasando por los sindicatos.

Sánchez justificó su censura en la necesidad de devolver al país la estabilidad. Cinco meses después se comprueba que lo único que le preocupa de verdad al presidente es su estabilidad, aunque sea a costa de la gobernabilidad de España.