Izas, rabizas y demás

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

17 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Un soneto de 1555 recogido dos años después en la edición de Amberes del Cancionero general comienza así: «De cuantas coimas tuve toledanas / de Sevilla, Granada y otras tierras / izas, rabizas y colipoterras / hurgamanderas y putarazanas...». De él tomó Cela el título Izas, rabizas y colipoterras para un «drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón», de 1964. Es buena muestra del gran número de sustantivos de que dispone el español para dar nombre a una de las figuras clave del comercio carnal. Con imaginativa precisión, el propio Cela estimaba en mil ciento once los sinónimos.

Claramente anticuados o en desuso son los sustantivos baldonada, bordiona, bagasa, capulina, lumia, mondaria, mozcorra (del vasco mozcor, ‘muchacha tetuda’) y mundaria. En germanía, la antigua jerga de los rufianes y delincuentes, las prostitutas recibían, entre otros, los nombres de hurgamandera, iza, marca y rabiza.

Empleadas casi siempre con intención despectiva, son voces del español estándar que dan nombre a esas mujeres araña, cantonera, cellenca, chai, cotorrera, esquinera (el nombre indica en qué lugar de la calle solía apostarse), gabasa, gorrona, hetaira, lagarta o lagartona, mujer del arte, mujer del partido o de punto, peliforra, pelleja, pendanga, perendeca, tusona... y otras muchas, que omitimos por más conocidas.

El censo se multiplica si se le añaden las denominaciones de uso local, tanto de España como de la parte de América con la que compartimos lengua. Ahíto de contarlas se iba a quedar el autor del soneto de marras -anónimo, y no Quevedo o Lope, como a veces se cree, que nacieron después-, quien concluía: «Me veo morir ahora de penuria / en esta desleal isla maldita, / pues más a punto estoy que San Hilario / tanto que no se iguala a mi lujuria / ni la de fray Alonso el Carmelita / ni aquella de fray Treze el Trinitario».

De este verso deducía Cela que el anónimo poeta era un religioso desterrado en las islas británicas. Pero lo único seguro es su calentura, pues él mismo confesaba que su lujuria superaba las de fray Alonso y fray Treze, que debían de ser dos buenos elementos.