Érase una vez un príncipe nigeriano que, con un simple correo, ilusionó a millones de desconocidos con la promesa de una fortuna a cambio de adelantar algo de dinero. Los que (increíblemente) picaron lo lamentaron.
Había una vez unas empresas que vendían, puerta a puerta o por teléfono, carísimas réplicas del Discóbolo de Mirón y lujosas enciclopedias de todo tipo y pelaje a bienintencionados clientes que, una vez que empezaban a pagar (en cómodos plazos), nunca dejaban de hacerlo y veían como la factura se inflaba hasta el infinito y más allá.
Dice la historia que en el 2016 gobernaba el Reino Unido un primer ministro al que le gustaba jugar con fuego convocando referendos. Estuvo a punto de quemarse en Escocia y se calcinó al preguntar a su pueblo, en una consulta alocada y llena de mentiras si quería dejar la UE. Y contra todo pronóstico los británicos eligieron el brexit. De aquellos polvos vinieron los lodos que hacen de Theresa May un trending topic permanente. Y cuando se produzca el divorcio, más de un ciudadano le reclamará a los campeones del leave la ejecución de aquellas promesas mágicas de bienestar supremo. ¿Obtendrán respuesta? La misma que si le pidieran explicaciones al príncipe nigeriano o quisieran devolver el preciado Discóbolo.