Sánchez, ¿estamos a setas o a Rolex?

OPINIÓN

01 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No se puede estar en misa y repicando. Soplar y sorber, no puede ser. No se puede nadar y guardar la ropa. Quien destaja no baraja. No se puede servir a dos hombres a un tiempo y tener a cada uno contento. Escojan el refrán que quieran, porque cualquiera de ellos le cuadra como un guante al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Por algún extraño motivo, no solo parece estar persuadido de que disponiendo únicamente de 84 de los 350 diputados del Congreso puede gobernar a su antojo, sino también de que tiene en su mano resolver todos sus problemas con un método político muy particular: pactar con el populismo y hasta el golpismo secesionista para mantenerse en el poder, y forzar a la vez a los partidos conservadores y constitucionalistas a respaldar sus Presupuestos apelando a su sentido de Estado, para hacerles así corresponsables de sus desaguisados cuando Europa lo llame al orden. Sánchez, el presidente más débil de la democracia, se comporta como una especie de rey sol que puede hacer lo que le plazca, escogiendo a su antojo en cada ocasión los apoyos que le sean necesarios.

Más allá de lo ridículo de ese planteamiento político, y de la falta de escrúpulos y de principios que denota, lo que puede acabar ocurriéndole a quien parece creerse el más listo de la clase es que, al final, su nave acabe zozobrando y hundiéndose sin que nadie acuda a socorrerle. Después de firmar un acuerdo presupuestario con Podemos solemnizado de manera grotesca en la Moncloa, convirtiendo así a Pablo Iglesias en vicepresidente de facto del Gobierno, y de enviarlo a negociar de manera vergonzante en una cárcel el apoyo de los golpistas presos a esas cuentas públicas, Sánchez pretende ahora que el PP y Ciudadanos, que suman entre ambos el doble de escaños que él, le sirvan de segundo plato en caso de que sus manejos con los secesionistas fracasen. Si sale con barba San Antón, y si no la Purísima Concepción.

Al parecer, el jefe del Ejecutivo toma por tontos a todos los españoles, y en particular al líder del PP, Pablo Casado, y al de Ciudadanos, Albert Rivera. Pero, con ese doble juego, Sánchez quedó ayer desnudo en el Congreso. Que alguien que ni siquiera es capaz de comprometerse en sede parlamentaria a no indultar a los golpistas, apele al sentido de Estado de los demás es un ejercicio de cinismo muy difícilmente superable. Esa misma prepotencia es la que le lleva a presentarse ante los empresarios tratando de darles lecciones y creyendo que iba a ganarse su aplauso, para salir trasquilado cuando estos le advierten de que deje de tomar medidas cortoplacistas para mantenerse en el poder. El problema de Sánchez es que hasta su socio Pablo Iglesias le advierte ya de que el peligro de jugar a dos barajas es acabar en la ruina. «No se vuelva a equivocar nunca de aliados», le espetó ayer, dejando claro quién manda aquí. El líder del PSOE debe decidir si está a setas o a Rolex. Es decir, si está con quienes quieren acabar con España o con quienes defienden la Constitución. Pero las dos cosas a la vez es un imposible metafísico.