¿Son tan distintos Torra y Bolsonaro?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Quique García

31 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Es la clase de líder que solo aparece cada dos generaciones y puede recuperar el país, claramente un populista y nacionalista». Así elogiaba Steve Bannon, el muy derechista exasesor de Donald Trump, a Jair Bolsonaro, nada más conocerse su victoria en la elecciones brasileñas.  

No es casual que Bannon, quien ahora se dedica a apoyar a los grupos xenófobos que avanzan por Europa (del Front National a los Demócratas suecos, pasando por Alternativa por Alemania) haya ensalzado el nacionalismo del próximo presidente de Brasil, pues tal es el cemento que une a todos los movimientos mencionados. También al que convirtió a Trump en presidente, a la Fidesz de Hungría, al Partido por la Libertad de Holanda o a la italiana Liga Norte.  

El nacionalismo, responsable de tragedias apocalípticas en la Europa de la primera mitad del siglo XX, es, en efecto, el inspirador del cierre de fronteras, la xenofobia y el enfermizo ensalzamiento de lo propio frente a todo lo extranjero.

Lo increíble es que cientos de miles de españoles que compartirían sin dudarlo lo que acaba de exponerse, consideren que frente a esos nacionalismos malos existen en España unos nacionalismos buenos, los llamados periféricos, cuya ideología no respondería, supuestamente, a las mismas bases nutricias de los citados previamente, lo que resulta un puro cuento chino.  

 Sabino Arana, fundador del PNV, era un racista de tomo y lomo, según lo demostró en su día el profesor Javier Corcuera en un libro sobre los orígenes del nacionalismo vasco que no tiene desperdicio. Vicente Risco, uno de los padres del nacionalismo gallego, fue también un racista, antisemita de pro para más señas. Sobre las lindezas racistas y xenófobas dedicadas por Torra a los españoles (incluidos los catalanes no nacionalistas) tuvimos cumplida noticia tras su elección como presidente de la Generalitat. Hay, sin embargo, algunos hechos menos conocidos. ¿Sabían ustedes qué fuerza política belga está apoyando a Puigdemont en sus delirios, el último la constitución ayer de ese fantasmal Consejo de la República presentado como un esperpéntico gobierno catalán en el exilio? Pues la llamada Alianza Neo-Flamenca (N-VA), partido heredero del nacionalismo flamenco que colaboró con los nazis en instaurar el terror en su país.

Nada de ello debe sorprendernos, pues el nacionalismo no es más que una exacerbación obsesiva y patológica del sentido de pertenencia territorial, ese que compartimos en mayor o menor grado todos los seres humanos y que hace que los campos de deportes del planeta se llenen todas las semanas. Cuando tal sentimiento sano, connatural a las personas, se desboca, el nacionalismo las atrapa y, si hay quienes lo manipulen y lo agiten, se adueña de sociedades enteras, que de libres se convierten total o parcialmente en esclavas de sus líderes, llámense Jair Bolsonaro, Arnaldo Otegi o Joaquim Torra.