El presidente Torra llevaba unos días algo más calmado pero ha vuelto a las andadas. En el primer aniversario de la proclamación de la república catalana retoma unas amenazas que no son más que bravuconadas. El juicio al procés no es una farsa y si hay condenas, que las habrá, no paralizará Cataluña como asegura que hará, sino que solo lo intentará. Bien es cierto que en Madrid tiene un rehén instalado en La Moncloa que no está en condiciones de decirle no a casi nada, pero ni aún con esas logrará su objetivo. Cataluña es España y como tal sujeta a un sistema de separación de poderes que no permitirá que unos individuos que han vulnerado lo preceptuado en el Código Penal puedan irse de rositas. Y que llame a las cosas por su nombre. Sus correligionarios presos o fugados no son presos políticos. Son delincuentes comunes como el que atraca una gasolinera o un supermercado. Ni más ni menos. Por mucho que le duela a un supuesto demócrata que afirma que no aceptará ninguna sentencia que no sea la libre absolución. Ni en el lejano oeste los pistoleros más buscados se atrevían a tanto, ya que siempre había un sheriff dispuesto a desarmarlos. Juega con esa ventaja, pues al sheriff competente, Pedro Sánchez, lo único que le preocupa es seguir siendo presidente mañana.