El viraje del Supremo sorprende a cientos de miles de ciudadanos, que ya planteaban sus reclamaciones
19 oct 2018 . Actualizado a las 17:18 h.A veces es el propio gallo, y no el zorro, el que alborota el gallinero. En ocasiones altas instituciones que deben zanjar disputas y aportar serenidad se ponen a hacer piruetas y malabares. Cuando eso ocurre, como ha sucedido en el caso del inesperado doble viraje del Supremo sobre los impuestos a las hipotecas, se quiebra algo tan fundamental como la confianza en el sistema. Y se genera caos y confusión.
El Supremo puso el jueves a centenares de miles de hogares a hacer cuentas y a interesarse por los vericuetos legales que deberían permitirles aliviar la carga de sus hipotecas. Y 24 horas más tarde mandó parar y apagar las calculadoras.
Ya no valía plantearse ir al banco y/o a Hacienda. Tampoco emprender procesos civiles ni recurrir a bufetes especializados con futbolistas estrella como reclamo. Todo quedaba paralizado a la espera de una nueva decisión.
La palabra del alto tribunal suele ser definitiva, irreversible, casi inapelable. Debe ser fuente de seguridad jurídica. Pero en este caso ha provocado todo lo contrario. Sin juzgar intenciones ni sesgos ideológicos, la secuencia de decisiones y contradecisiones invita a la desconfianza. Se ha jugado con las expectativas (y los ahorros) de muchos ciudadanos y con la estabilidad del sistema bancario. El galletazo en Bolsa es un hecho de los contantes y sonantes. La ilusión de la gente no tiene precio. ¿Y el prestigio del Supremo? ¿Cuántas explicaciones harán falta para restaurarlo?