Jeroglíficos y presupuestos

OPINIÓN

17 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Vaya por delante que no sé nada de economía. Y de eso que llaman macroeconomía, ya no digamos. Sus leyes me resultan tan incomprensibles como los jeroglíficos de la época de Ramsés. Hasta ahí, supongo que todo normal. Vale, sí, acepto que ?como todos? echo mis cuentiñas; pero básicamente me limito a saber si con lo que tengo puedo permitirme lo que quiero gastar. Y si no puedo, pues no puedo.

En mi supina ignorancia, yo creía que lo que vi hacer en casa a mis abuelos y a mis padres y ahora hacemos mi mujer y yo, era lo mismo que se hace a todos los niveles, pero poniéndole ceros a la cosa. Es decir, que si hay para gastar, se plantea hacerlo y si no hay, pues nada. Y que si no hay más remedio que acometer un gasto extra y las cuentas no dan, pues hay que remirar para ver a qué se lo sacamos. O sea, encontrar un gasto que sea posible aplazar o abaratar, para cambiar las gallinas que salen por las que entran, que diría José Mota.

Que yo no sepa nada de economía o sea un ignorante no me preocupa demasiado, pero cuando veo a los sabios y presuntamente ilustrados representantes de nuestros partidos políticos pontificando sobre lo que hay que hacer con los famosos Presupuestos del Estado, y cómo multiplicar los planes de pensiones y los peces en los que pescar votos, entonces sí que me preocupo.

Cuando veo que tienen ?cada uno asegurando que la suya es la única válida? propuestas tan dispares que hacen imposible que se pongan de acuerdo ni siquiera en una de las comas de un documento de varios miles de folios, me entran sudores fríos. Sobre todo porque me acuerdo de una cosa que me dijo una vez alguien que sabía mucho de esto y que, además, era mi padre. A saber, que hay tantas posibilidades de que la economía sea una ciencia como de que sea simplemente un arte basado en la intuición. Y a mí cada vez me parece más lo segundo.

El problema es que, como decía Gregorio Marañón, «aunque la verdad de los hechos resplandezca, siempre se batirán los hombres en la trinchera sutil de las interpretaciones». Y da la impresión de que este duelo es a muerte, pero las víctimas no van a ser ellos, nuestros políticos. Ellos disparan con pólvora ajena y encima, con actitudes barriobajeras en los enfrentamientos. No son ellos los que tienen problemas para llegar a fin de mes o un futuro de contratos mileuristas.

No hay paro entre los políticos, ni se les despide por cometer errores que cuesten fortunas: pueden decidir dedicar unos cientos de millones de euros a esto, y unos miles de millones a aquello, con la tranquilidad de saber que ?estén bien o mal invertidos? no los van a pagar ellos. Y que si no hay dinero en las cuentas del Estado, se pedirán préstamos, nos endeudaremos más y aquí paz, y después gloria. Y el que venga detrás, que sache.