El misterio del museo de cera

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

15 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Para mí los museos de cera, a donde no he ido jamás, son como los museos de historia natural, las cuevas del Drach, los zoológicos y los parques de atracciones de las películas en blanco y negro -pienso, claro está, en el vampiro de Düsseldorf- en los que siempre hay un asesino. Me imagino la cera reseca, las figuras siniestras, las caras patéticas, los decorados de cabaré del Paralelo. Y sobre todo, no sé por qué, me recuerdan a Jack el destripador en el barrio londinense de Whitechapel, de finales del diecinueve. Vamos, que me acuerdo cosas que podía haber vivido mi bisabuelo.

Y les cuento esto porque me tiene desconcertado la noticia de que Isabel Preysler tiene su réplica en cera en el museo de Madrid. No la han puesto junto a ninguno de sus maridos, que alguno habrá también por allí, para no tomar partido. Yo no sé si será cierta esa frase tan cursi y tan machista de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer; pero en caso de que sí, ella estaría detrás de cuatro. A la Preysler le debían dar la medalla de oro al mérito civil. Al mérito de su estado civil. Y como los tertulianos de la televisión que lo mismo te opinan de política que de botánica, ella, por vía civil, apoya las artes y las letras, las ciencias económicas y las enológicas. Por ello, la figura de cera es más que merecida. Lo que se me escapa es quién puede estar interesado en ir a verla teniendo enfrente la Biblioteca Nacional y a tiro de piedra el museo del Prado. Qué misterio