Glosa mindoniense

Miguel Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

PEPA LOSADA

14 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Se celebran la semana entrante las fiestas y ferias de As San Lucas en Mondoñedo, cuyo día grande es el jueves. Volverán, pues, a bajar de los montes las greas de caballos salvajes para entrar gloriosos en la ciudad, iluminados por el bronce del otoño, que es a la luz lo que son al sonido los tonos graves de las campanas de la catedral. Lo vi el año pasado, esa llegada de los caballos en las vísperas, irrumpiendo por la Fonte Vella a la plaza de la catedral, de la que se puede decir lo que Víctor Hugo decía de la Grand-Place de Bruselas: que es una de las más hermosas salas de estar de Europa. El paso de los caballos, con sus ojos acuosos, nerviosos e inquisitivos, con su claqué de los cascos contra la piedra, era como un río de colores pardos y ocres, como una ilustración de las que hace Xosé Vizoso para los carteles de las fiestas todos los años. Y luego está la feria, con sus puestos de miel y nueces, su mercado de pájaros y mantas maragatas, y sus afilados cuchillos de Taramundi. As San Lucas con la feria de como eran antes las ferias.

Con este motivo, me pidieron los amigos de Mondoñedo que escribiese un breve relato para la edición comarcal de este periódico, situando un personaje de Cunqueiro en As San Lucas -lo hacen todos los años- y yo acepté gustoso, porque decirle «no» a Mondoñedo para mí sería como decírselo a mi abuela paterna Ángela, que era de allí. Así que mientras escribo eso, escrito esto otro, y el relato me lleva al artículo y el artículo al relato.

A efectos del citado relato decidí imaginar que Fanto, el condottiero (mercenario) que inventó Cunqueiro para su Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, habría visitado Mondoñedo en algún momento del Quattrocento italiano en el que transcurre la novela. Incluso me lo figuro entrando en la catedral, donde probablemente se estarían terminando los hermosos murales de la nave central. Fanto, natural de Borgo San Sepolcro, y por tanto paisano de Piero della Francesca, no se habría resistido a dar su opinión al anónimo artista de los frescos de la Degollación de los Inocentes, tanto como aficionado al arte como en su condición de militar que ha presenciado crueldades semejantes. Con el capitán Fanto vendría su caballo Lionfante, un equino fabuloso que, entre otras muchas cosas, tenía el don de la palabra en siete lenguas «germánicas y latinas». Conjeturo yo en el relato que sería Lionfante, en aquella visita, el iniciador de una estirpe de caballos habladores en Mondoñedo, que aparece luego en la literatura gallega, como, por ejemplo, el caballo de Alberto Merlo del que escribe Cunqueiro, que le pasaba la cabeza por encima del hombro a su amo cuando leía el periódico y le preguntaba: «Como vai o mundo?» (Pero esto de los caballos habladores es un asunto que dejaremos para otra ocasión). En mi relato, en fin, supongo a Fanto y Lionfante eternos, como el Judío Errante, y les hago volver un año de estos a la fiesta. Fanto, acompañado de su perro tuerto, ya sería un tipo misterioso que se sienta en las tabernas a beber en soledad, y Lionfante, que era un caballo tordo cuando lo compró con cuatro años en la feria de Florencia, habría encanecido ya del todo, como les sucede a muchos tordos.

He terminado el relato. Y ahora voy a terminar este artículo evocando lo que sería estar en Mondoñedo. Como todo lo que se escribe, ocurre, iría a la catedral «no día do medio» y no podría evitar ver en el fresco de los Inocentes la influencia de los que dejó el maestro Piero en la Basílica de San Francisco de Arezzo. Y luego, al pasar de noche junto al establo de los caballos, me parecería escuchar que uno de ellos canturrea, muy por lo bajo, una vieja canción toscana.