Galicia, ejemplo para España

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

10 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No sé si Pablo Casado habrá seguido ayer el discurso del presidente de la Xunta en el debate del estado de la autonomía, pero, si no fue así, debía haberlo hecho. Le habría sido muy útil a quien aspira a ser presidente del Gobierno.

Alberto Núñez Feijoo es el único presidente regional que gobierna en España con mayoría absoluta y el único hoy en el cargo que ha conseguido tres mayorías absolutas sucesivas. Un fenómeno excepcional en un contexto general marcado, no solo en España sino en un número creciente de países, por la extrema atomización de sus sistemas de partidos, desvencijados tras la crisis de las grandes fuerzas tradicionales (socialistas, liberales, conservadores y demócrata-cristianos) que, iniciada en Italia en los noventa, se extendió luego como reguero de pólvora a ambos lados del Océano con el auge de los populismos de izquierdas y derechas. Ahí están Trump y Bolsonaro. Y ahí Maduro y Salvini, entre otros muchos.

¿Cómo entender la excepción gallega? Una explicación -de la que un diputado de En Marea se convirtió en su día en firme defensor- es que los gallegos somos tontos: «Estraño pobo o noso. ‘‘Escravos’’ que votan ao amo, ao ‘‘señorito’’, ao cacique, ao que manda, aos de sempre. Pobo alienado e ignorante. Triste», escribió Fernán Vello en un tuit de 27 de septiembre de 2016, al día siguiente de los comicios autonómicos.

Yo, que tengo de nosotros los gallegos mucha mejor opinión que Fernán Vello, creo que ese exabrupto del perdedor explica su derrota, pero no la victoria de Feijoo. Para entenderla hay que tener en cuenta otros factores, que volvieron a apreciarse ayer en el debate sobre el estado de nuestra autonomía: primero, la continuidad del liderazgo de Feijoo, quien se enfrentó a tres portavoces de los que solo una (Ana Pontón) repetirá con seguridad candidatura, fenómeno que ya ha venido sucediendo en el pasado; segundo, su moderación, que ha permitido a Feijoo defender a un tiempo los intereses de Galicia y los de España en su conjunto, mientras en otras comunidades (Cataluña, sobre todo, pero no solo) los nacionalismos identitarios y los populismos izquierdistas han hecho auténticos estragos; y tercero, su centralidad: desde que llegó a la presidencia Feijoo gobernó con unos presupuestos decrecientes (que solo ahora empiezan a recuperarse) sin afectar, de forma sustancial, a la calidad de los servicios básicos de la comunidad, de la sanidad a la educación, pasando por las ayudas autonómicas a los sectores más desfavorecidos.

Pablo Casado debería mirar hacia Galicia, el territorio más estable y mejor gobernado del país, y no hacia los mítines de Vox, pues, como ha demostrado su correligionario Alberto Núñez, es desde la moderación y la centralidad no solo desde donde se ganan elecciones con autoridad sino desde donde mejor se gobierna en democracia: con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo.