El Premio Nobel de Economía suele otorgarse a aportaciones que giran sobre un mismo asunto (si bien en alguna ocasión se han dado a argumentos que se niegan entre sí). En esta ocasión ha sido diferente: el reconocimiento a William Nordhaus y a Paul Romer premia dos líneas de investigación que tienen muy poco en común. Comparten solo una cierta metodología y, sobre todo, el hecho de ser, ambos, extraordinariamente oportunos.
Nordhaus adquirió ya cierta notoriedad académica en los setenta en el campo de la economía política, con sus investigaciones sobre el llamado ciclo económico electoral (o cómo el oportunismo de los Gobiernos puede generar comportamientos cíclicos de la economía). Pero su principal aportación -y la que el comité sueco reconoce- es en el campo del análisis económico del cambio climático, un ámbito en el que es maestro indiscutible (y en el que, por cierto, en Galicia tenemos la suerte de contar con un equipo de referencia, el dirigido por Xavier Labandeira).
Se trata de modelos muy complejos -llamados dinámicos integrados- en los que se intenta captar la relación entre economía y clima. A través de ellos concluye que los impuestos al carbono constituyen un arma potencialmente poderosa y de uso necesario. Es interesante que este premio haya coincidido con la publicación del IPPC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), organismo de la ONU llamando a redoblar urgentemente los esfuerzos en la lucha contra el calentamiento global.
Si el premio a Nordhaus es oportuno, el concedido a Romer lo es por partida doble. Primero, porque su gran aportación (la teoría del crecimiento endógeno) resulta ahora más sugerente que nunca: esta notable teoría resalta la importancia del conocimiento -tanto en sus aspectos de capital humano como en lo referido a la innovación tecnológica- sobre la productividad y sobre las perspectivas de un crecimiento sostenido en el largo plazo. Pues bien, los procesos recientes de transformación técnica y el avance de los robots hacen de esas cuestiones algo central tanto en el debate económico como en el político. La alternativa es clara: o progresos en el conocimiento o decadencia económica. Algo que Paul Romer ha sabido explicar muy bien.
Pero, en segundo lugar, el premio a Romer es también pertinente por tratarse de uno de los economistas que en mayor medida y con mejor fortuna han participado en el debate en curso sobre la necesidad de dejar atrás algunas ortodoxias estériles y buscar nuevos caminos: en particular, en el terreno de la macroeconomía, en el que su muy crítico ensayo The Trouble with Macroeconomics, del 2013, ha ejercido notable influencia. Con estos dos autores, por tanto, el Nobel ha acertado de lleno.