Hiriente cinismo del Gobierno «bonito»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

EFE | Ballesteros

28 sep 2018 . Actualizado a las 08:23 h.

Hasta el cambio de Gobierno del año 2004 la política se centraba en España en debatir sobre logros y programas. Unos proponían unas cosas en economía, autonomías, fiscalidad, política exterior o sanidad y, otros, otras. Y los electores decidían qué era mejor o peor para el país. Además, claro, se batallaba sobre logros: el PSOE defendía, por ejemplo, su modernización de España y Aznar proclamaba que la herencia de González se reducía a «paro, corrupción y despilfarro». La gresca resultaba muy dura, terrible por momentos (que se lo digan a Suárez), pero, salvo los nacionalistas, rara vez un partido se atrevía a sugerir la peligrosísima idea de que era moralmente superior a los demás.

En esto llegó al poder Rodríguez Zapatero (que -¡quien mal empieza mal acaba!-anda ahora por ahí predicando las bondades de la satrapía de Maduro) y todo cambió de una forma radical. La dialéctica izquierda/derecha no residía ya en las propuestas, o los logros, pues aquel zapaterismo soberbio, autocomplaciente y adanista estaba convencido -o decía estarlo- de que era moralmente superior, ya no solo a la derecha, sino a una sociedad bárbara y casposa: ellos eran pacifistas y los demás unos belicistas del demonio; ellos feministas y los demás unos machistas; ellos defensores de lo público y los demás unos fanáticos privatizadores; ellos los auténticos impulsores de la diversidad de España y los demás unos recalcitrantes centralistas.

Sánchez, no hay que insistir en ello, es el heredero de esa forma demencial de entender la política española: los justos somos nosotros, por supuesto, y los malos todos los demás, salvo, claro, los que ayudan al presidente por accidente a seguir en el machito. De lado del Gobierno, la virtud; del lado de la oposición, todos los vicios: el machismo, el belicismo, el afán privatizador, el españolismo y, en fin, el casposismo.

Es ese discurso el que ha convertido episodios como el de la venta de bombas a Arabia y el de la ministra de Justicia tildando al juez Marlaska, ahora compañero de gabinete, de «maricón» y de «nenaza», en devastadores para Sánchez y su regeneración de España. Porque cuando alguien se atreve a proclamar que es la encarnación de los valores de la justicia ungido por la historia para redimir a una sociedad que no le llega moralmente a la suela de los zapatos, es indispensable dar ejemplo noche y día, en público y privado, de tal supuesta superioridad.

Más allá de sus mentiras respecto de su relación con el tal Villarejo, sobre la que Dolores Delgado ha dado hasta ¡cinco versiones diferentes!, la ministra de Justicia tiene que marcharse porque no es posible presentarse como la encarnación misma de la igualdad de género (de todos los géneros) y andar por ahí llamando «nenaza» y «maricón» a un homosexual. Y con su cese, tras cien días de esperpento, a Sánchez solo le queda llamar a las urnas sin demora.