Tengo una pregunta para Sánchez

OPINIÓN

Juan Medina | reuters

17 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

A un solo un año de jubilarme, y no sintiéndome obligado a simular mi estupor ante una tesis como la de Sánchez, que, aunque asombra por su fulgurante gestación y defensa, no es la peor de las que he leído y juzgado, ni de las que se han calificado con un apto cum laude, renuncio a desgastar al presidente por su currículo académico, para reconducir esta chusca polémica hacia una cuestión política que me parece más relevante. Me refiero a la abierta reserva, cuando no patente fobia, con la que se expresa Pedro Sánchez sobre las enseñanzas privada y concertada, y a su obsesivo empeño en vincular la enseñanza pública con los valores del republicanismo y la democracia, como si solo el Estado supiese educar en ciudadanía. Oyéndole hablar, siempre había imaginado al niño Sánchez haciendo su primaria y su bachillerato en los centros elegidos por sus padres, pero esperando con inenarrable fruición el momento en que, cumplidos los 18 años, y con plena capacidad de elegir, se iba a matricular en una universidad del Estado, para hacer su carrera y sus posgrados en un entorno digno, progresista, y libre de la tutela de curas y capitalistas.

Pero la historia no fue así. Porque, mientras gente como yo -que creo en la función social de la enseñanza privada, y valoro la labor realizada por la Iglesia católica como primera potencia educativa del mundo occidental-, nos dirigíamos a la Universidad Complutense para hacer nuestras carreras y doctorados, Pedro Sánchez se fue a estudiar Economía al Real Colegio María Cristina de El Escorial, que, aunque está adscrito a la Complutense, funciona en régimen privado bajo la administración de los frailes agustinos.

Y no contento con esto, cuando ya era diputado y hacía sus preciosos discursos a favor de la enseñanza laica y pública, el mismo Sánchez, que quiere poner en su sitio a los monopolios educativos privados, matriculó su tesis doctoral en la privadísima Universidad Camilo José Cela, donde la matrícula anual cuesta de tres a siete veces más que en una universidad del Estado.

Por eso pregunto: ¿se fue al Escorial -como Azaña- porque cree que los colegios de élite, regentados por frailes católicos, educan mejor que las masificadas universidades del Estado, o porque resultaba más fácil licenciarse en el María Cristina que en el campus de Somosaguas? ¿Se fue a hacer el doctorado a la Camilo José Cela porque la considera una universidad más excelente que las públicas de Madrid, y porque allí hay un régimen de estudios que prepara -como Cambridge o Harvard- a los futuros líderes del Universo, o porque en Villanueva de la Cañada, igual que «en Osuna y Orihuela», todo cuela?

Mi tercera pregunta es: ¿Se puede hacer el discurso socialista de la educación pública y laica con este currículo? Y, sobre todo, ¿propugnamos la universidad pública por razones cívicas o científicas, o solo buscamos formas de amolar -¡valiente empresa!- a la Iglesia católica de España? ¡Me gustaría saberlo, D. Pedro!