Lo que no sabe Pablo Iglesias es que eso que ve en el vídeo de la reconciliación, en que dos ancianos centenarios que se combatieron desde ambos bandos en la batalla del Ebro, de la que se están cumpliendo ochenta años, es una realidad de España desde hace ya mucho, antes incluso de que el dictador muriera con el brazo incorrupto de Santa Teresa y el brazo corrupto de su yerno Martínez Bordiú meciéndolo dulcemente en su cama de El Pardo. Sin eso que censura, los españoles seguiríamos sin hablarnos, y por tanto no existiría el parlamento y él tendría que seguir dando clases en la Universidad. Con sus críticas al vídeo en que ambos ancianos hablan amigablemente y terminan dándose un abrazo, se comporta como Franco, que todos los años celebraba el desfile de la victoria... ¡de media España sobre la otra media! La guerra, como bien saben los que la vivieron, fue un enfrentamiento entre dos territorios. Luchabas en el bando que te tocaba. Menos la Pasionaria y Rafael Alberti, que iban, arengaban, y se volvían a casa mientras los soldados se quedaban a matar o morir; a hacer la guerra.
A mí las declaraciones de Pablo Iglesias me parecen de una bajeza moral y de una arrogancia indignantes, y yo no soy mucho de indignar.
Si fuera un anciano, no se hablaría con su vecino. Pero en Iglesias la mixtificación, el reduccionismo, la manipulación maliciosa, se ponen en evidencia de una manera tan clara que me recuerda a la vieja del visillo.