Adiós, vista dos meus ollos

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

01 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Recurro a Rosalía de Castro dejándome mecer por la melancolía a la que soy tan dado. Ante mí, ante mi mirada la tarde juega a esconderse entre «prados, ríos, arboredas, pinares que move o vento» y alcanzo a divisar desde mi ventana la línea azul y gris del horizonte, con la mar enmarcando el paisaje. Se desvaneció el espejismo feliz de agosto que va camino de diluirse en un otoño certero, se terminaron los días en los que la luna se asomaba a las terrazas de las noches sin tiempo, el sol se ha vuelto torpe e ilumina la playa en un trasluz pusilánime, y como se oye por aquí «xa se lle nota aos días», en su afán menguante levantando las faldas a la noche. Se escapó agosto, se fue por la mar en una de las mareas vivas que anuncian el cambio climático, y la rutina vuelve a colocarse en su lugar de siempre. Desde los lejanos años de mi adolescencia he tenido una relación de amor odio con septiembre, con la antesala de los otoño que anticipan el invierno. Doy por bienvenidos los ocres y dorados, los colores de la vendimia y la sinfonía cromática del bosque pero cuento las jornadas que faltan para que por la cristiandad vuelva a proclamarse la primavera. El verano es solo un estado de ánimo, una mentira pactada, la foto fija de una mocedad que ya comienza a olvidarse cuando las vacaciones son la memoria tasada de treinta días nómadas, de buscar sin encontrar la maravilla que esconden los lugares en donde perderse. Permanezco fiel al lugar donde nací, «terra donde meu criei» y cuando estoy a punto de emprender el camino de vuelta al lugar en donde habito, por fuerza brota en mi pecho un manojo de saudades antiguas que todavía me conmueven. Dejo mi pueblo y los paisajes que han crecido conmigo desde niño, dejo mis afectos y las ausencias de quienes ya no están, de los que se han ido, aquí se quedan calles y plazas, los paseos del mediodía, el malecón y las alamedas, la conversación que quedó pendiente, y una canción alegre que se enreda recurrentemente en mi cabeza. Aquí se queda quien he sido, vagando como un sonámbulo que espera la amanecida. Y mi memoria viaja conmigo, revuelta, sin fechas en un calendario que suma ya muchos agostos, y evito las despedidas y de nuevo todo el pueblo, con sus gentes y sus miserias, con sus honores y sus glorias, que se sube a mi coche y me acompaña en el viaje. Y entonces soy consciente, de que agosto es muy grande, que no cabe en mi pecho y tengo junto a mi seiscientos kilómetros después, al pueblo entero que ubico en el rincón mas noble de mi mirada. Y así se va nutriendo, se va llenando el arcón de la nostalgia, ese cajón de sastre donde caben todos los recuerdos, y es entonces cuando el oro viejo de los caminos hace al otoño amable, y narras el relato de un verano que ya solo existió en un imaginario lejano cuando siempre era agosto en un país perdido entre la niebla. Adiós vista dos meus ollos, deixo a casa onde nacín, y en pleno ataque intenso de melancolía, pisando ya la acera de septiembre, dígoche, con la poeta de Padrón, este adiós -casi- chorando desde a beiriña do mar.