El pórtico es la gloria

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

25 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Dios creó el mundo en seis días, y al séptimo descansó en un largo sueño, que, como el reloj divino no tiene horas, ni años ni siglos, cuando despertó y contempló la tierra y los mares, los ríos y las montañas, cuando vio al hombre y a la mujer, a los distintos animales y a los pájaros, cuando tuvo noticia del dolor y del llanto, y olió el perfume de las flores que había creado, decidió que no estaba completo. Fue entonces cuando llamó a Mateo, maestro de canteros, escultor y arquitecto, y le encargó que creara un pórtico que fuera la antesala de la vida eterna, de la Jerusalén celestial, del apocalipsis y del juicio final, y que a la vez contara la gloria del Padre, y fuera invocado Santiago apóstol y patrón, amigo del Señor.

El despertar, varios miles de años después de la fundación del universo, fue el 21 de abril del año 1211. Se lo había pedido a Mateo mientras dormía y sucedió en una noche de 1168 cuando el maestro constructor soñó el Pórtico, que desde entonces fue la gloria para quienes lo contemplamos. Dios y Santiago el Mayor eligieron Compostela y a un hombre colectivo, al maestro Mateo, que es uno y múltiple, un hombre solo y muchos, que con docenas, cientos, de manos levantaron una catedral y contaron en piedra y mármol los misterios divinos que caminan hacia la muerte y la resurrección y vencen al mal para mostrarnos la gloria del Padre. Tuve el honor de visitar el pórtico tras su última restauración, supe que estaba ante las puertas del cielo. Segundo Pérez, mi querido deán, me llevó, de la mano de Noelia, restauradora de la catedral compostelana, a un relato que narraba lapislázulis y panes de oros, brocados de Flandes y pliegues imposibles, mientras al mirar de frente, además de extasiarme, comencé a sentir en mi cuerpo, ante tanta belleza, el síndrome de Stendhal, que ya había padecido ante el Partenón de Atenas, la Florencia de los Uficci o en una visita semiprivada a la Capilla Sixtina. Me miraba el grupo de bienaventurados de la Gloria, y ante mí, y solo para mí, sonreía y me saludaba Daniel, como si estuviera reconociéndome después de tanto tiempo. Y, al otro lado, reesculpida, estaba la reina de Saba que, según Ramón Loureiro, originariamente el escultor la labró «espida» apenas tapada con un velo sutil. En el centro, un pantocrátor muestra al Cristo Redentor con sus llagas venciendo a la muerte, y debajo un Santiago apóstol de bello rostro portando el báculo de la sede compostelana.

Soberbia restauración acometida a lo largo de los diez últimos años, el Pórtico ahora, es la Gloria, De espaldas a la columna central, permanece Mateo, mi viejo santo dos croques. El reloj divino no tiene horas ni años ni siglos. Quizás Dios no necesite reloj.