He citado en numerosas ocasiones, por la admiración que le profeso, a Borges. Escribí su biografía hace quince años. Próximo el 120 aniversario de su nacimiento, trabajo estos días una vez más los textos y vida del maestro. Admiraba a los griegos y, como ellos, sabía que la perfección era el olvido. Quizá por eso escribió un dístico que no dejo de repetir: «La meta es el olvido, yo he llegado antes». El presidente Sánchez quizá no ha leído a Borges. Quizá tampoco a los griegos clásicos. Por eso piensa que el triunfo no es el desvanecimiento, sino la resurrección de los demonios. Con Franco lo ha conseguido. Y no solo eso. Su raposería suprema descansa en abrir un debate inicuo que lo único que pretende es posicionar, en su constante afán maniqueo, a los buenos y los malos. Los que pensamos que este asunto es baladí y tenía que estar superado por la historia (como, de hecho, lo está por la ciudadanía), pasaremos a formar parte de la horda antidemocrática que hace ochenta y tantos años (¡ochenta!) protagonizó el episodio más nefasto de nuestro pasado. Claro que en el conflicto no estaban solo los franquistas. Los del otro lado también tuvieron su protagonismo y sus vergüenzas. Dejémoslo. Es un asunto que me vulnera sentimental y emocionalmente. Porque detesto todo lo que ha representado el franquismo. Me repugna. Sin embargo, considero que todo este revuelo no es propio de una sociedad civilizada. Miren hacia Alemania. Ellos enterraron su desdoro. Y lo olvidaron. Hasta parece que ningún alemán estaba allí. Aquí, para nuestra desgracia, nos hemos empeñado en resucitar el estigma de Franco. Este viernes pasará a los anales como el día de Franco resucitado. ¡Y por decreto ley! No seré yo quien defienda que no hay que sacar sus restos de su mausoleo. Todos los grupos políticos lo firmaron hace años. Pero, para este viaje no hacía falta tanto ruido. Igual que no hacía falta una ley de memoria histórica que reescribiese el pretérito: nuestro pretérito imperfecto. Hacía falta un Estado a la altura de las circunstancias que pusiese todos sus medios y afán en encontrar a los muertos, dárselos a sus familias y enterrarlos. Eso era lo que precisábamos. Y no reescribir calles, plazas y placas. Porque, a decir verdad, a mí también me repatea ir a Oleiros y ver la estatua del Che Guevara, con tantos asesinados a sus espaldas y tan maquillado por la progresía. Pero la memoria solo mira hacia un lado. Una pena.
Sánchez ha conseguido su objetivo: unir a la izquierda y tensionar la calle (lo que le decía Zapatero a Gabilondo). Ya escuchamos a los rufianes que señalan a PP y C’s como franquistas. Pero no lo son. Franquistas quedan muy pocos. Y de ellos renegamos los demócratas. Pero también de aquellos que resucitan a los muertos, entre tambores mediáticos, por un puñado de votos. Es, sencillamente, infame.