17A: convivencia, paz, terror

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Matthias Oesterle | dpa

17 ago 2018 . Actualizado a las 09:24 h.

Entre los diversos aspectos dignos de mención relacionados con las celebraciones institucionales destinadas a recordar a las víctimas de los atentados yihadistas que se produjeron hace un año en Cataluña (¡vetos al jefe del Estado!, sectarismos ideológicos y oportunismos de partido), hay uno que, a mi juicio, destaca sobre todos los demás: las sorprendentes ideas fuerza elegidas por los organizadores de los dos actos más importantes a tal efecto programados.

Bajo el lema Ripoll por la convivencia, tuvieron lugar ayer en la villa gerundense, donde fueron detenidos parte de los terroristas marroquíes, toda una serie de actividades que culminaron con una manifestación a media tarde. En el acto central, hoy en la capital catalana, el leitmotiv escogido para juntar, más revueltas que unidas de verdad, a las principales autoridades del Estado (centrales, locales y autonómicas) es tan asombroso como el elegido por el Ayuntamiento de Ripoll: Barcelona, ciudad de paz.

¿Paz? ¿Convivencia? ¿Fueron la ausencia de la una, de la otra o de ambas a la vez, las que permiten entender retrospectivamente la génesis de los brutales atentados del 17 de agosto en Cataluña? ¿O es, acaso, que tan inadmisibles como inexplicables actos terroristas deterioraron gravemente la paz y la convivencia en Cataluña, de modo tal que reivindicarlas es hoy una imperiosa necesidad política y social para conseguir que urgentemente se restauren?

La pura verdad es que ni una cosa ni la otra: ni los atentados tuvieron que ver con un previo deterioro de la paz y la convivencia en Cataluña entre la población musulmana y la que no lo es, ni esos han sido ni de lejos sus efectos. Los motivos que llevaron a los terroristas que asesinaron a 16 personas y dejaron decenas de heridos en Barcelona y en Cambrils nada tuvieron que ver con un (inexistente) problema de convivencia, étnica o religiosa, en Cataluña, y mucho menos con un deterioro de su paz civil, sino con un impulso criminal nacido de una degeneración violenta y sectaria del Islam, que lleva a los terroristas a creerse con derecho a asesinar a quienes no comparten sus delirios.

Lo sucedido en Cataluña hoy hace un año no fue un problema de paz o de convivencia, ni generó, por fortuna, un deterioro de ninguna de las dos. Fue, como todos los de su clase, un brutal, injustificable, inexplicable e inadmisible acto terrorista. Por eso resulta increíble que al recordarlo nada mencione las palabras clave de ese día desgraciado: terror y terrorismo. Aunque, claro, la sorpresa es mucho menor al recordar que en la gran manifestación de repulsa celebrada hace un año en Barcelona, que tuvo lugar en plena conmoción por el desastre, pudieran verse más pancartas contra el comercio de armas que contra un atentado terrorista cuya arma fue una furgoneta. Sí, algo huele a podrido. Y no precisamente en Dinamarca.