Qué rico, qué rico, qué rico

Javier Guitián
javier guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

06 ago 2018 . Actualizado a las 08:13 h.

Hay quien afirma que en un tiempo lleno de tuits y de wasaps, en el que medio mundo tiene a Siri por su mejor amiga, las conversaciones cara a cara se han convertido en algo exótico: hemos cambiado la expresión de nuestras caras por emoticonos.

En sentido contrario, hay quien sostiene que no hay motivo de alarma y que cuando vemos una pareja sentada en una terraza mirando su móvil, sin hablarse, la imagen no difiere de cuando las veíamos leyendo un libro o un periódico y entonces no se argumentaba que ello dificultara la comunicación entre las personas.

Sea cual sea la opinión cierta parece claro que con tanta conversación digital se está perdiendo la comunicación espontánea y las antiguas tertulias son cada vez menos frecuentes. Tal vez por ello me resulta reconfortante ver que todavía la gente se reúne a charlar y que aún quedan lugares en que, simplemente, compañeros o vecinos se juntan para conversar o discutir sobre cualquier materia o tema de actualidad. En mi pueblo esas reuniones tienen lugar los domingos al mediodía en el bar y, a diferencia de otras, sus integrantes son un grupo heterogéneo que solo tienen en común su vinculación con el pueblo.

Entre los fijos, hay desde jóvenes a jubilados de edad indefinida, a los que esporádicamente se incorporan otros tertulianos residentes o visitantes estacionales.

Da igual que haga frio o calor, el verbo fluye como las cervezas. Como toda tertulia que se precie tiene un tema dominante: en este caso, la pesca y el mar. Desde las capturas del día a las labores en las embarcaciones o el tipo de cebo, el comienzo se convierte en un monográfico sobre xardas y mareas.

Como todos se conocen, y saben de qué pie cojea cada uno, la información es conveniente filtrada porque, ya se sabe, en cuestiones de capturas todo el mundo miente. La cerveza cae con rapidez y la conversación fluye hacia la actualidad política y, cómo no, las voces van subiendo de tono; de allí no salen bien parados ni gobiernos, ni alcaldes, nadie está a salvo. La conversación avanza divertida hasta el éxtasis final en el que, tras unos callos o unas tripas, los tertulianos comienzan a desperdigarse; mientras se despiden, un tipo con una copa de vino en la mano no deja de repetir: «Qué rico, qué rico, qué rico». La paz regresa y un nuevo domingo volverá a reunirlos. Tengo que confesar que me encanta observar esas tertulias. Mi impresión, y ahora no me refiero solo a mi pueblo, es que entre la gente que mantiene esa costumbre de reunirse para charlar se establece un vínculo especial, independientemente de las diferencias de opinión. No tengo nada contra las relaciones digitales pero creo que hablar cara a cara es una magnífica terapia para reducir el sectarismo a la vez que hace a las personas más sociables y transigentes, claro está, salvo a los políticos. Da igual el tema o el lugar, las tertulias perdurarán a pesar de las nuevas tecnologías y, desde luego, no lograran acabar con la de mi pueblo porque, a pesar de Siri o del WhatsApp, no hay emoticono que supere el «Qué rico, qué rico, qué rico».