Transparencia y comunicación

Ignacio Arroyo Martínez TRIBUNA

OPINIÓN

20 jul 2018 . Actualizado a las 08:25 h.

Somos muchos los que pensamos que lo que hablan los políticos sobre temas políticos interesan no solo a ellos sino a todos los ciudadanos. Estos días hemos asistido, pasivamente y a distancia, a una reunión privada (rectius, a puerta cerrada) entre el presidente del Gobierno español y el presidente de la comunidad catalana. Al final de la reunión, ofrecieron a los medios un resumen de lo tratado. Lo mismo hicieron los presidentes anteriores, cuando se reunieron.

La pregunta directa que debemos formularnos es clara y sencilla. ¿Por qué ocultar a la opinión pública la totalidad de lo que hablaron? O dicho de otro modo, ¿acaso la ciudadanía no tiene derecho a conocer directamente, sin resúmenes ni intermediarios, la totalidad de lo tratado? En definitiva, ¿por qué la reunión no se hizo con puertas abiertas y amplitud de medios?

Somos muchos los que pensamos que lo que hablan los políticos sobre temas políticos interesan no solo a ellos sino a todos los ciudadanos, salvo algunas excepciones sobre materias reservadas legalmente.

Sin embargo, la excepción debe desaparecer cuando, en casos como el presente versa sobre las relaciones entre el Gobierno nacional y uno autonómico, máxime tratando cuestiones que afectan al debate diario porque tienen, naturalmente, consecuencias para todos los ciudadanos. ¿Acaso hablan de cosas prohibidas? ¿Existen temas que deben ocultarse? ¿Qué necesidad hay de resumir si pudiéramos saber de primera mano lo que dijeron?

Los ciudadanos no necesitamos resúmenes y menos interpretaciones: tenemos derecho a saber directamente las preguntas y respuestas de ambos interlocutores, sin cortapisas, sin resúmenes y sin necesidad de filtraciones. Con el ocultismo y las versiones se fomentan las falsas noticias y los rumores.

La democracia debe acabar con esa práctica, convertida en corruptela, porque cercena la realidad y pone en peligro el mandato que los políticos recibieron: ser representantes e interlocutores del mandato popular.

No hace falta recordar que en una reunión presencial, donde se hablan temas de interés general, se comunican muchas cosas, no solo palabras. El cuerpo comunica, tanto o más que la palabra. Porque las palabras se acompañan de la voz, cuya intensidad, ritmos y pausas, cambia el sentido del mensaje. Porque los gestos no son gratuitos. Porque los tiempos tampoco son indiferentes. Porque la sencillez o complejidad con que se expresa el mensaje, dice mucho sobre el propio mensaje, que se desdibuja o desaparece en el comunicado resumen de la reunión.

Enfrentarse directamente al interlocutor con luces y taquígrafos es el verdadero debate democrático y debe hacerse no solo en sede parlamentaria sino en todo encuentro en donde se comprometa la acción de gobierno, salvo las referidas excepciones.

El actual Gobierno ha perdido una buena ocasión para revitalizar y regenerar la vida democrática. Si lo hiciera crearía con ello un precedente, que siempre se lo agradecerá el sistema democrático.

Estamos reivindicando transparencia y comunicación. Nada más y nada menos.