Zapatero (y Sánchez) votan por Soraya

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Román Ríos | Efe

17 jul 2018 . Actualizado a las 08:10 h.

Lo más relevante de las primarias del PP no fue ayer el apoyo explícito de María Dolores de Cospedal al candidato Pablo Casado. Entre otras cosas, porque la secretaria general iba a respaldar a cualquiera que fuera el rival de su archienemiga Soraya Sáenz de Santamaría. Lo novedoso fue la irrupción del ex presidente del Gobierno socialista José Luis Rodríguez Zapatero, que apostó abiertamente por la ex vicepresidenta. El por qué siente Zapatero la necesidad de tomar partido en la batalla interna del PP es un misterio incomprensible. Pero lo que es evidente es que el hecho de que el peor presidente de la democracia se decante por la ex número dos del Gobierno, y destaque además que lo hace porque le gusta su «talante» -palabra tótem que marcó su desastroso mandato-, es algo que hará más daño a Sáenz de Santamaría que el venenoso vídeo atribuido al entorno de Casado en el que se ridiculiza a los jóvenes Arenas, Montoro y Villalobos, principales valedores de la candidata a la sucesión de Rajoy.

Zapatero, que parece tener más interés por lo que ocurre en el PP que en su propio partido, fue incluso más lejos y aseguró que la victoria de Pablo Casado supondría un «retroceso en las ideas» respecto a las de Sáenz de Santamaría. Al parecer, es el único que percibe una confrontación ideológica en una campaña que no va a pasar a la historia por la altura del debate político entre los dos contendientes. La irrupción de Zapatero es significativa porque es en la forma en la que él gobernó el país en donde se sitúa el origen de muchos de los males que afronta ahora no el PP ni el PSOE, sino España. Fue él quien, cuando la catástrofe económica llamaba ya a las puertas, aseguraba todavía que hablar de crisis era una «falacia». «Puro catastrofismo», precisó. Poco antes de la caída en el abismo, este visionario llegó a decir que España iba a «superar pronto a Alemania en renta per cápita».

Fue también Zapatero quien puso los cimientos del cirio independentista cuando en el 2003 se comprometió a apoyar la reforma del Estatuto que aprobara el Parlamento catalán, fuera la que fuese, y afirmó de paso que la nación española es un concepto «discutido y discutible». Y fue también él quien puso gran empeño en volver a las dos Españas al convertir en marca de la casa el cuestionamiento de la legitimidad democrática del pacto de la Transición que la inmensa mayoría de la sociedad tenía ya asumido a esas alturas.

Lo curioso es que si uno revisa cuáles están siendo las prioridades de Pedro Sánchez en sus primeros días de Gobierno llega a la conclusión de que su modelo es exactamente el de Zapatero. Tomarse a broma la economía y el déficit, darle bola al independentismo en plan buenista, agitar de nuevo el espantajo de Franco para tratar de ganar votos y crear esa Comisión de la Verdad digna de Orwell. Y algún malpensado podría colegir que, para imponer ese modelo, Sánchez prefiere también como rival a Sáenz de Santamaría que a Casado, al que uno imagina feliz con la irrupción zapateril. Y es que hay amores que matan.