La Virgen de julio

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

07 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El litoral gallego, la Galicia costera, está sembrada de monumentos, de cruces, de monolitos a los náufragos que encontraron en la mar su sepultura y en cada pueblo recostado en la orilla del Cantábrico, del océano Atlántico, existe una imagen de la Virgen del Carmen, bien sea en una iglesia o capilla, o en el puntal del muelle, o en una esquina del puerto pesquero.

Julio es el mes de la Virgen marinera, de la patrona de la mar, y yo quiero rendir homenaje a esa suerte de fe popular que me acompaña desde niño y que tiene en la Señora del Carmen la alianza firme de marinos, marineros y pescadores.

Debe ser porque la mar meció mi cuna, o quizá porque mi abuela y mi madre se llamaban Carmen, el mismo nombre de mi hermana y el de mi cuñada, que motivaba que cada dieciséis de julio mi casa fuera una fiesta familiar llena de algarabías en el corazón del verano, cuando en mi pueblo se aseguraba que nacía en realidad el estío que iba de Virgen a Virgen, de la de julio a la de agosto, cuando días después del quince comenzaba a declinar el verano.

Las tradiciones populares dan sentido a la vida de los pueblos y, aunque el ciclo de la vida cambió de manera notable, algo hay en mí, alojado en mi memoria de pueblo, que me invita, que me lleva a celebrar los hitos y las efemérides, que están grabadas en el libro de la vida, de mi vida.

Y en ese contexto ubico la celebración de julio, la sitúo en el santoral afectivo de los veranos y me veo en una acera del malecón de la ‘beiramar’ esperando que pase la procesión y que la imagen de la Señora de la mar la porten pescadores de mirada limpia, vestidos de domingo, encorbatados por respeto, mientras un coro improvisado de recios hombres cabales entonan al unísono la salve marinera aprendida en el arsenal de Ferrol, o de Cartagena, o Cádiz en los días lejanos del servicio militar en la Armada.

Y la mar estaba tan expectante como el niño que he sido, en calma, plácida, teñida de colores que cambiaban según la miraras, de latón y estaño que le regaló la luna de la otra noche, y sonaba la banda que interpretaba un pasacalles lento, de ceremonia, y en la fiesta del Carmen siempre se quedaba a mirar la mañana mas cálida del verano. Y entonces recordaba el espanto de los muertos que dejó la galerna de los inviernos, de los barcos pesqueros que tragó la mar, las historias de desaparecidos que no regresaron nunca de las profundidades marinas, y entendía aquella advocación de la familia de la mar, que llevaba a proa la imagen protectora de la Virgen del Carmen.

En Celeiro, el puerto de Viveiro, hay según entras un monumento al náufrago, y en el puntal del muelle una estatua de la Virgen del Carmen despide las singladuras, las mareas de los barcos que parten a surcar la mar, en un «avante toda», que suena en la pantalla de mi ordenador. Viva la Virgen del Carmen, la Virgen de julio.