La enésima crisis migratoria

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

20 jun 2018 . Actualizado a las 08:05 h.

Cuando en el 2015 la llegada masiva de refugiados, fundamentalmente de Siria, Irak y Afganistán se unió a la habitual oleada de emigrantes subsaharianos y magrebíes, el control de las fronteras se convirtió en un problema de gran calado entre los gobiernos más xenófobos y los más abiertos. La crisis se solventó pagando al portero que controla los accesos a Europa desde la península de Anatolia, es decir, Turquía, con una importante cantidad de dinero y promesas de estudiar con más generosidad su solicitud de ingreso en la UE. Este soborno, junto con el anuncio de Estados como Alemania de que aceptarían una cuota importante de personas y una mayor participación rusa y estadounidense en la guerra de Siria, frenaron la marea humana que llegaba al Mare Nostrum

A pesar de ello, el brexit, la llegada al poder de partidos de extrema derecha en países como Austria, Hungría o Polonia, el ascenso de su influencia en Francia e Italia y el pacto obligado entre Angela Merkel y la conservadora CSU bávara son el síntoma claro de que la corriente antiemigración ha ido ganando adeptos con la crisis económica como telón de fondo.

El rechazo de Italia a acoger al Aquarius y la disensión entre el ministro del Interior alemán, Seehofer, y Merkel son solo la punta del iceberg de un problema que no puede solventarse cerrando las fronteras e impidiendo que la gente entre en nuestros países, sino haciendo que venir no sea interesante. Durante décadas, cuando no siglos, los europeos explotamos a los países del Tercer Mundo, y cuando nuestros desastres propiciaron guerras civiles y Estados dictatoriales huimos dejando a millones de personas a merced de la crueldad, la pobreza y el hambre. La solución no está, pues, en las cuotas, sino en ayudar a estos países a acabar con las guerras y las injusticias que hagan innecesario que la gente se juegue la vida buscando un futuro.