Cuestión de sentido común

Antonio Rial PROFESOR PSICOLOGÍA DE LA USC

OPINIÓN

20 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Adolescentes que amenazan con cuchillos a sus padres por cortarle Internet, niñas que se orinan encima por no perderse un segundo de Fortnite, niños que ponen el despertador a las 4 de la madrugada para abrir cofres-recompensa del Clash Royale, repletos de épicas-legendarias con las que subir de nivel..., maestros y maestras hartos de siestas a primera hora en el pupitre... «E que tan complicado se está poñendo isto, meu home!». Cual capítulo de Era Visto, con cara de incredulidad y no sin cierto cabreo, podemos afirmar que ya se vale. Por fin las autoridades sanitarias van a reconocer que la adicción a los videojuegos existe. En una sociedad en la que la industria del videojuego factura más que la música, el cine y el teatro juntos, donde el GTA o el Call of Duty son (según el parlamento español) un bien de interés cultural, esto tenía que pasar.

Y menos mal. Reconocido el problema, podemos empezar a buscarle una solución. Y no se trata de demonizar la Red, ni las tecnologías, ni los videojuegos, ni el mismo hecho de jugar, faltaba más. Es solamente cuestión de sentido común. El juego es y será probablemente la mejor herramienta de aprendizaje y de crecimiento personal del ser humano. El mismo Platón lo decía. Pero el consumo abusivo, desmedido o incontrolado de videojuegos no es un problema menor.

Ni eso, ni el juego on-line y las apuestas en la Red, ni la dependencia progresiva que las nuevas generaciones están desarrollando hacia las redes sociales, ni el Imperio del Selfie, ni la Tiranía del WhatsApp. El mundo cambia, sí señor. La sociedad evoluciona y con ella también sus miserias y sus enfermedades. Nuevas prioridades, nuevos valores, nuevas rutinas y estilos de vida... nuevos factores de riesgo y nuevas entidades diagnósticas para los profesionales de la salud mental. Bienvenido sea que la Organización Mundial de la Salud (OMS) haya reconocido la adicción a los videojuegos. Supongo que este es solo un síntoma de un problema mayor. Un nuevo desafío para los expertos.

No vale mirar para otro lado, ni caer en el error de patologizarlo todo, como hicimos con el TDHA. A hilar fino. Se vale...y se puede. Manos a la obra.