Los pregoneros del Mundial

Josep Ramoneda FILÓSOFO Y ESCRITOR CERVERA (1949)

OPINIÓN

03 jun 2018 . Actualizado a las 22:04 h.

Decididamente cuarenta años de «unanimidades» y de «adhesiones incondicionales» dejan huellas que no se borran fácilmente. Tengo o tenía la costumbre de despertarme todos los días con el informativo matutino de una importante emisora comercial. Y he de confesar que han podido con mi capacidad de resistencia auditiva: aficionado al fútbol de toda la vida, ha estado a punto de hacerse abominable la perspectiva de un mes de ambiente mundialista. Machaconamente, sin dejar tiempo para respirar entre las noticias del Líbano o de las Malvinas, voces con tonos absolutamente inaceptables a estas horas de la mañana, lanzan un bombardeo incesante de arengas deportivo-patrioteras y de ¡aúpas! a un ente llamado selección española, siempre en nombre de todos los españoles: todos estamos con la selección, todos deseamos la victoria, todos... Si no llega a ser por el quiebro increíble de Falcão previo al monumental remate de Eder que dio gol a Brasil, o por la maravillosa disposición estratégica en las selecciones belga y rusa; es decir, si no llega a ser por mi capacidad de discernir entre el fútbol -lo que pasa en el césped- y esta verborrea que a través de algunos -demasiados- medios de información nos ataca todo el día, y que poco tiene que ver con el juego y con el espectáculo, en estos momentos estaría renegando de una de las aficiones más constantes de mi vida (...).

En este país hay señores que pasan del fútbol y de la selección; y, no obstante, se sienten motivados por la selección; señores aficionados al fútbol que viven más o menos intensamente las vicisitudes de la selección; y señores aficionados al fútbol totalmente indiferentes a la selección, entre los que me cuento. Todos ellos tienen derecho a un lugar al sol, a pesar de que no tengan sitio en el «todos» que vocean estos profesionales del entusiasmo colectivo.

Con la intoxicación propagandística de algunos medios, en que solo cabe lo penosamente grandilocuente, uno empieza a pensar que sería un bien deseable para este país que la selección no llegara demasiado lejos: el ruido caería pronto en el olvido. De lo contrario, puede escribirse uno de los episodios más lamentables de la subcultura carpetovetónica de masas: los cantores del gol de hoy -en la España democrática- están dejando pequeño al inefable Matías Prats, la voz invicta del régimen anterior.

Algunos parece como si no se hubiesen enterado de que en democracia el pluralismo es un valor superior a la unanimidad y un juego es un juego y un negocio es un negocio. El fútbol en una democracia no puede ocupar el mismo sitio que en una dictadura. Quizá lo más preocupante no deja de ser que este griterío futbolero expresa tendencias bastante profundas, que afloran con demasiada frecuencia en el mundo social y cultural. Con frecuencia, los personajes públicos hablan en nombre de los demás. Es un comportamiento abusivo, ya que nada ni nadie da este derecho. Ni tan siquiera el sufragio universal que a lo único que autoriza es a administrar las cosas públicas y a cumplir un programa. Todo lo demás son falacias. Falacias que siempre buscan lo mismo: reducir las diferencias, aumentar las unanimidades: lo gris y lo monótono sobre lo vivo y lo heterogéneo. Algunos gozarían viendo a toda la ciudadanía vestida con camiseta roja y pantalón azul. ¡Qué horror! (...).

El novelista italiano Alberto Moravia se propone, en una de sus novelas, escribir una historia universal del aburrimiento: como si el resorte de la historia no estuviera ni en la evolución biológica, ni en el hecho económico, ni en ninguno de estos motivos que se alegan normalmente, sino en el tedio. Escribe Moravia: «En el principio era el aburrimiento, vulgarmente llamado caos. Dios se aburría y creó la tierra, el cielo, el agua, los animales, las plantas, luego Adán y Eva; estos, a su vez, se aburrieron en el Paraíso y comieron la fruta podrida. Aburrieron a Dios que les echó del Edén. Caín, que aburría a Abel, le mató; Noé se aburría e inventó el vino; Dios, habiendo encontrado de nuevo a los hombres aburridos, destruyó el mundo con el diluvio; pero este desastre también le aburrió hasta el punto que hizo volver el buen tiempo. Y así sucesivamente. Los grandes imperios egipcios, babilónicos, persas, griegos y romanos surgieron del aburrimiento y se hundieron en el aburrimiento. El aburrimiento del paganismo suscitó el cristianismo; el aburrimiento del catolicismo engendró el protestantismo; el aburrimiento de Europa hizo descubrir América; el aburrimiento de la feudalidad provocó la Revolución francesa y la del capitalismo la rusa». Moravia dice que empezó su proyecto, se aburrió y lo abandonó. La ausencia de motivación como resorte de la historia y de la existencia: el aburrimiento salva en los momentos decisivos al mundo del inmovilismo y de la muerte. El mensaje de Moravia puede servir de consuelo a los que estos días se aburren: el aburrimiento es creador. Yo, por mi parte, sigo confiando en gozar algún que otro quiebro genial de Eder.