Rúbricas cívicas

Mar de Santiago LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

22 may 2018 . Actualizado a las 08:36 h.

Inverosímil. Desde el principio, quienes formamos parte de la comunidad universitaria, lo sabíamos. Nos podríamos haber ahorrado el formidable espectáculo circense de Cifuentes y su troupe de funambulistas del postureo, prestidigitadores de la nada y gladiadores sin gancho y con poco glamur. Desde el fuego amigo, hubo quien furtivamente aplaudía con la orejas, por aquello del “quítate tú que me pongo yo”. Desde las bancadas de enfrente, los aplausos se sucedían en vivo y en diferido, hasta la esperpéntica rapsodia crematística. Un suflé político, punto y final.

Mientras, las empresas del atrapalotodo (catch-all party en terminología de M. Duverger), confiadas en dar con la tecla mágica de la estrategia del rédito electoral, fueron rescatando del trastero del «y tú más», el stock de ventiladores comprados de saldo en el ERE de alguna empresa del sector.

Y es entonces cuando asistimos -entre atónitos y avergonzados- a la pasarela de currículos del parlamentarismo patrio: los hay dopados, mutantes, flotantes y hasta menguantes. Un auténtico estriptis del excusatio non petita accusatio manifesta.

Paralelamente a este fenómeno tan ibérico, donde la incompetencia y mediocridad campa a sus anchas, y la afición por la posverdad y la resistencia a las poltronas del poder de parte de nuestra clase política va in crescendo, también aumentan las estadísticas del nuevo perfil de nuestros emigrantes. La mejor materia prima con denominación de origen: nuestro capital humano. Las generaciones formadas y cualificadas en nuestras universidades no solo tienen currículos auténticos y cotejados. Llevan el conocimiento en su pasaporte, repartiendo su talento por el mundo: de Laponia a Massachusetts. Y aquí mismo, en casa, igual llama a tu puerta una mano con dos grados de Bolonia, o te ponen un café con tres másteres de los de verdad.

Porque ellos y ellas sí saben lo que es un trabajo de fin de grado (TFG), porque no necesitan buscar su trabajo de fin de máster (TFM), lo llevan puesto porque han tenido sueños -o pesadillas- con él. Porque sí aplican la cultura del esfuerzo, y su verdadero proyecto de investigación es el de la vida misma; porque no hay tribunal más intransigente que el que impone la realidad social de unos tiempos distópicos, que nos evalúan día a día -y quiero pensar que a todos y todas por igual-.

No, el dinero y los amigos políticos no siempre lo compran o silencian todo; son una minoría de enemigos de la ética, moradores de cloacas. El mundo no ha de ser de quienes disfrutan de aforamiento, sino de valientes que saltan sin red.

Queda aún ilusión, dignidad y credibilidad en las personas, en nuestra sociedad civil. De ese hilo de civismo y ciudadanía hay que tirar, el hilván sano que está en el ADN de multitud de instituciones, colectivos, organizaciones y en todas las profesiones.

Porque lejos de relatos turbios y torticeros, de argumentarios memorizados sin respirar y ficciones opacas que ya nadie se cree, la dignidad y la credibilidad no están en una o dos líneas de un currículo customizado a tal fin: están en los ojos de quien nos escucha; y deben quedar impresas en el alma de quien nos mira. Como un sello de calidad.

Sintamos vergüenza, y si hace falta, sigamos saliendo a la calle. No firmemos, ni afirmemos relatos falsos, aforismos o medias verdades. Apliquemos rúbricas de democracia y civismo. Sometamos a nuestra clase política a una matriz de valoraciones de desempeño y competencias. Por favor, no ofendan la inteligencia de la ciudadanía. Nos merecemos que nos representen con más sentidiño.

*Mar de Santiago es profesora del Departamento de Ciencia Política y Sociología de la USC