Elogio de las cosas

Nelson Rivera CAMPO DE PRUEBAS

OPINIÓN

21 may 2018 . Actualizado a las 07:32 h.

Es común el pensamiento que asocia el consumismo con las cosas. Quien consume bajo el impulso de una obsesión, no disfruta lo adquirido: lo toma y lo deja al instante. Olvida y sale en búsqueda de otra cosa. No establece relación alguna. El consumismo es una adicción: recompensa efímera que no provee de sosiego.

Las cosas -ese pequeño mundo de objetos y realidades que conforman nuestro entorno inmediato- forman parte de la habitación mental con que transcurrimos por el mundo. Son instrumentos y certidumbres a un mismo tiempo. Constituyen ese bien que llamamos familiaridad. Es a partir de esa familiaridad con que construimos nuestra lengua y nuestro campo perceptivo.

En el 2013 leí un sensible ensayo sobre este tema: La vida de las cosas. Dice el filósofo italiano Remo Bodei: las cosas son parte sustantiva del mundo de cada quien. Inseparables de nuestras rutinas. Portan valores afectivos y simbólicos. No son inmunes al paso del tiempo: envejecen y se cargan de memoria.

Las cosas son la prolongación del individuo: «Cualquier objeto es susceptible de recibir investiduras o ‘desinvestiduras’ de sentido, positivas o negativas; de rodearse de un aura o de ser privado de ella; de cubrirse de cristales de pensamiento y de afecto o de volver a ser una ramita seca; de enriquecer o empobrecer nuestro mundo, agregándoles o sustrayéndoles valor y significado a las cosas».

Difícilmente el ser humano puede separarse de las cosas. Pessoa lo advierte: abandonar las cosas nos conmociona. Freud señaló que las cosas forman parte del duelo. Lévi-Strauss sostenía que el excedente de significación -que es parte de nuestras vidas- terminaba distribuido entre las cosas. Kant escribió que dependemos más de las cosas que ellas de nosotros.

Hace un poco más de cinco décadas, Georges Perec publicó Las cosas, relato que se adentra, con andares casi hipnóticos, por los sucesivos pasillos y capas de la experiencia de consumir. De querer siempre más en cualquier circunstancia. Arma de muchos filos, la voracidad, la sed irrevocable del consumo, desgasta. Desmorona la cotidianidad. Expande la insatisfacción. Promueve la formulación de consuelos: peroratas para justificar lo que no se tiene.

La obviedad banaliza las cosas. El descubrimiento de las cosas es el resultado de una victoria contra la obviedad. Cuando una cosa es descubierta, una dimensión de la intimidad sale a flote. Si a cada generación corresponde un paisaje de cosas, el siglo XX ha sido el de la multiplicación de las cosas que simplifican la vida cotidiana. El XXI, el de la digitalización de la existencia. También Jean Baudrillard lo entendió con anticipada lucidez: el consumismo es el verdadero enemigo de nuestro vínculo con las cosas.