Calma chicha con apariencia de tempestad

OPINIÓN

ANGEL MANSO

21 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La sorprendente conclusión de la encuesta de Sondaxe, publicada ayer, es que en el ambiente electoral de las ciudades gallegas hay calma chicha; que todos los juegos de tronos hay que resolverlos con un escaño que baila, con los indecisos de siempre, o invocando rumores de mirlos blancos que van a aterrizar en las listas para poner los concellos «co de dentro para fóra».

Esta calma no sería mala, ni anormal, si la opinión pública no fuese más que el eco natural de ese conformismo. Pero suena a pura crisis cuando las flotillas de tertulianos, reality shows, confidenciales y mentideros se agitan en una monumental galerna, angustiados porque este país es un desastre, porque todo es corrupción, deslealtad y mentira, y porque la ciudadanía, a pesar de transmitir sensación de bienestar, es una masa de pobres ignorantes que no puede desayunar, que están a punto de ser desahuciados, y que solo se van de cañas y picoteo para ocultar su pobreza al vecindario. Y es ahí, en esa contradicción entre tempestad y calma chicha, donde todo se hace incomprensible, y donde se generan las ganas de concluir que los pueblos no pueden vivir mucho tiempo sin liarla tan parda como les sea posible.

Hace cuatro años, cuando asomaba a las encuestas el panorama electoral que confirma Sondaxe, estaban de moda los escraches. Los que ahora son alcaldes funcionaban como héroes de cómic en desalojos, manifestaciones y acampadas. Los despidos eran masivos, y los líderes faldras-fóra y remangados trataban de emerger contra lo que describían como una casta privilegiada que disfrutaba regalándole la sanidad a los fondos buitre y la educación a los curas católicos. Y en la Moncloa habitaba una mayoría absoluta, extraterrestre y plutócrata, que no dialogaba ni decidía nada que pudiese sacarnos del marasmo. Hoy, en cambio, las tertulias están centradas en la mansión de Iglesias y en su privilegiada hipoteca. En la Moncloa habita una minoría chantajeada sin pudor por los gallitos del corral. Las cifras de la economía y el empleo -aunque se lo debamos a Draghi- son milagrosas. Y la gente vuelve a ocuparse en cambiar el coche, programar las vacaciones, buscar tejidos frescos, y en ver programas de gastronomía con estrellas Michelin.

¿Y qué hacemos los ciudadanos? Pues eso: votar exactamente lo mismo que hace tres años, como si nada hubiese pasado ni nada hubiésemos aprendido. Como si los discursos mantuviesen su vigencia con independencia de que nos los endilguen en un escrache o desde una lujosa mansión. Y como si viviésemos en una paranoia política -entre la miseria teórica y la opulencia práctica- que se refleja entre la calma chicha de las encuestas electorales, que no se mueven, y la guerra química, atómica y biológica que nos sirven a diario los medios de comunicación. La gente explica todo esto diciendo que «la política es así». Pero los politólogos, paradójicamente, no tenemos una explicación racional.