Ponga o quite unos ceros a ese billete

Rubén Santamarta Vicente
Rubén Santamarta PAISANAJE

OPINIÓN

Miguel Gutiérrez

05 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Junto a la leche, los cereales o el agua y la electricidad (los cortes de suministro son tan frecuentes como el pegajoso calor de sus calles), el papel comienza a ser un escaso bien de primera necesidad en Venezuela. Papel, sí. Por pura higiene; falta en los estantes, como otras tantas cosas. Pero, y esto es más novedad, el papel empieza a resultar infrecuente también en los cajeros automáticos. Hay una severa carencia de billetes. Y pocas cosas como el peto -junto al hambre, claro- pueden hacer levantarse a un pueblo.

Sucede que la hiperinflación en Venezuela hace que para comprar el pan, algo tan corriente como una barra, haya que poner sobre el mostrador una ingente cantidad de billetes que en realidad valen bien poco. Eso hace que escasee el papel. Punto uno. Punto dos: uno de los últimos ingenios de la maquinaria chavista fue añadir y quitar ceros a los billetes -se ha dado en llamar cono monetario-, en un intento por frenar la escalada de precios con una nefasta consecuencia: los ordenadores que controlan las transacciones están al borde del colapso porque, literalmente, no pueden soportar los dígitos que llevan algunas operaciones. Póngase en este lugar: autorizar una transferencia corriente con doce o trece números. De locos

En Caracas esta combinación de factores -escasez y decisiones estrambóticas- van camino de convertir las calles en un polvorín. Netflix no encontraría mejor guion para continuar su exitosa serie Mr. Robot. Pero no están en el Palacio de Miraflores para relatos de ficción. A escasos quince días para unas ¿elecciones? (los interrogantes responden a la nula credibilidad que le dan organismos internacionales), un Gobierno férreo como el del PSUV no está dispuesto a dejarse arrastrar por un creciente -si es que puede inflar más- descontento general. Es buen momento, debieron de pensar, para ejecutar algo que lleva en la nevera desde hace tiempo: intervenir una entidad financiera (sí, la pérfida banca) por grande que esta sea, y por mucho que detrás no se hayan encontrado deficiencias financieras que lo justifiquen; aunque haya inspectores empotrados regularmente viendo las cuentas de la entidad sin hallar irregularidades; aunque llevemos años (sí, desde tiempos de Hugo Chávez) amenazando con nacionalizar. Sucede que hay unas elecciones a quince días vista, que el país camina al colapso, que cada día hay colas para escapar, y que no hay maquinaria de propaganda que puede contrarrestar la frustración. O sí. Un golpe de efecto contra Banesco.

Si se han expropiado desde panaderías hasta gigantes como General Motors, ¿por qué no el mayor banco del país? La intervención es siempre una vía excepcional, extremadamente justificada, y que tiene consecuencias jurídicas. En Europa. Aquí es un amaño a 90 días, una suerte de actuación administrativa con mucho ruido detrás, premeditadamente dispuesto. Pero sucede que lo que en Europa es excepcional, en este lugar parece la norma.