El pino de la paz

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

28 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Se esperaba un festival de simbolismos y es lo que ha sido. Como dos familiares largamente enfrentados que se dan una oportunidad en una comida familiar, los líderes de las dos Coreas se esforzaron por evitar la más mínima nota discordante, y se prodigaron gestos efusivos, algunos exagerados hasta el empalago, como cuando sus anfitriones del Sur se esmeraron en servirle a Kim Jong-un un rösti de patata porque algún funcionario descubrió que ese era su plato favorito cuando era estudiante en Suiza. Otros ceremoniales, en cambio, tenían un significado profundo, como cuando los dos líderes plantaron, con agua y tierra del Norte y el Sur, un pino que había sido sembrado en 1953, el año del armisticio de la guerra de Corea. El pino, el árbol más cantado por los antiguos poetas coreanos, simboliza la paz. Pero también hubo algún gesto más ambiguo, como cuando, fuera de guion, Kim logró llevar al presidente surcoreano Moon Jae-in a su terreno, literalmente -le hizo traspasar el listón de madera en el suelo que indica por donde pasa la frontera de las dos Coreas.

Pero no se puede despreciar el simbolismo. Al menos en el Sur, fue un momento de comunión nacional. El gobierno había hasta dado vacaciones a los niños para que pudiesen contemplar en televisión este momento de reconciliación de la guerra de sus abuelos. Y cuando se supo que, además del rösti, en otro guiño, se habían servido tallarines fríos -una especialidad del norte-, a las pocas horas aparecieron como plato estrella en todos los restaurantes de Seúl. A la unidad por el estómago.

¿Ha habido algún resultado concreto? En la cuestión de las armas nucleares, no; pero nadie lo esperaba. Ese es un asunto a negociar con Estados Unidos en la próxima cumbre. La declaración conjunta al final de la cumbre es vaga. En el lenguaje diplomático «trabajar por» -en este caso «una península de Corea sin armas nucleares»- no implica ninguna promesa sino una débil declaración de intenciones. Tampoco se ha vuelto a saber nada de una concesión de Corea del Norte con la que se había especulado para esta cumbre: la de no condicionar futuros acuerdos a la retirada de las tropas norteamericanas de Corea del Sur. En suma, el lenguaje del comunicado conjunto es muy similar al de la anterior reunión entre líderes de las dos Coreas hace once años. Pero sí se menciona algo muy esperanzador: la posibilidad de convertir el actual armisticio entre los dos países en un tratado de paz, con el compromiso concreto de que sea «antes de que acabe el año». Esto es un paso de gigante. Hay que considerar que hace apenas unos meses Corea del Norte amenazaba casi a diario con la guerra a Corea del Sur. Precisamente, recordándolo en broma, Kim le ha pedido perdón al presidente Moon perdón por haberle sacado de la cama con tanta frecuencia con sus sustos y sus pruebas de misiles nucleares.

Corea va bien, como ha venido a decir Donald Trump en uno de sus famosos tuits («Están pasando grandes cosas» en Corea), pero todo eso queda pendiente de su propia actuación en la cumbre que de verdad importa, que es la que le enfrentará a él a Kim Jong-un en cuestión de semanas. Si no tiene éxito, el pino de la paz que plantaron ayer en Panmunjom corre el riesgo de secarse en cuestión de meses.

Todo queda pendiente de la cumbre que de verdad importa, la de Kim con Trump