El síndrome del impostor

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

22 abr 2018 . Actualizado a las 08:41 h.

Una carrera profesional exitosa, logros académicos, elogios y, a pesar de todo, seguir pensando que todo se debe a una serie de golpes de buena suerte que pueden desaparecer en cualquier momento y por tanto necesitan alimentarse de méritos falsos. A este trastorno se le llama el síndrome del impostor. En la especialidad de psicodrama se aprende cómo potencialmente todos podemos ser cualquier personaje que uno haya conocido, admirado, temido o fantaseado. Desde niños jugamos a explorar roles: policías, ladrones, médicos, enfermeras... jugamos a ser de todo. Nos gustan los carnavales y los bailes de disfraces, nos encanta inventarnos vidas y nos fascina la impostura. Siempre somos el mismo pero nunca somos lo mismo.

El problema está en saber quién es uno mismo, porque si ese mismo, por ejemplo, se enamora, sufre una enfermedad, una crisis vital, una pérdida relevante o se le descubre en la impostura, puede apostatar de los cánones del personaje, hundirse en una profunda desdicha o arremeter como un jabalí. Ese es el riesgo de Cristina Cifuentes y de todos los demás embaucadores de méritos que se están desembozando. Como canta Sabina, soñamos ser personajes que nunca seremos, piratas cojos, bailarín del Bolshoi, defraudador en Suiza, Pujolone en Cataluña o lideresa de la Comunidad de Madrid. Algunos lo consiguen.

Pero lo cierto es que sea cual sea el escenario, todos somos impostores, nadie es igual a sí mismo. Se navega entre la Escila y Caribdis de esa íntima sensación de no ser lo que hemos logrado ser y seguir queriendo ser lo que no somos.

Los más ambiciosos jamás renunciarán a ser el personaje de su deseo y si creen que para eso tienen que adornarse con méritos falsos o ajenos lo harán. La ambición jamás se sacia y tarde o temprano se le acaba viendo el cartón. Es curiosa la fuga de méritos curriculares de la clase política a raíz del caso Cifuentes; es divertido ver como todos esos ambiciosos impostores se apresuran en hacer desaparecer los adornos académicos y proclamar la verdad que ocultaba su impostura.

Cristina Cifuentes es una mujer ambiciosa porque no necesitaba colgarse bisutería académica para conseguir el poder que ya tenía. En esto de las imposturas lo peor son las mentirijillas. Ya puestos es mejor ensayar hazañas como la de Enric Marco que relata Javier Cercas en El Impostor, el octogenario catalán que durante más de treinta años se hizo pasar por superviviente de los campos de concentración nazis, que recibió un montón de honores, presidió la asociación española de supervivientes y le fue entregada la gran cruz de San Jordi. A todos estos compungidos ridiculums vitaes, el clásico: «Estudiaras».