ETA justifica la mayoría de sus crímenes

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

VINCENT WEST | Reuters

22 abr 2018 . Actualizado a las 08:42 h.

Analizar los comunicados de ETA como si estuvieran redactados por una respetable fuerza democrática ha constituido siempre un craso error y, en según que analistas, una necedad y una indecencia. Llenos de trampas, como ayer subrayaba Rubalcaba con toda la razón, ETA dice lo que le conviene en cada caso, pero la finalidad de sus despreciables comunicados ha sido siempre similar: justificar, de un modo u otro, la crueldad criminal ilimitada que ejerció durante más de medio siglo sobre la sociedad vasca en particular y la española en general.

Estrepitosamente derrotada por el Estado democrático (por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, los jueces y la mejor parte de nuestra sociedad: la que estuvo comprometida en la lucha activa contra sus atrocidades) y no por ninguna negociación -como pretendían ETA, sus cómplices, beneficiarios, amigos y aliados- la banda terrorista viene ahora con el cuento de que se arrepiente de los daños colaterales provocados por su participación en lo que aun califica como «el conflicto», es decir, de los daños provocados ¡por error!

Pero ETA no pide perdón (¡por mí que se metan su petición de perdón donde les quepa!) ni se arrepiente de los crímenes cometidos contra los que, según sus delirantes teorías, participaron en «el conflicto». ¿Quiénes? Pues la inmensa mayoría de sus 853 víctimas mortales: policías nacionales o locales, guardias civiles, militares, jueces, funcionarios de prisiones, periodistas, políticos y activistas sociales (profesores, muchos de ellos) que con coraje se enfrentaron a sus crímenes. ¿Quiénes quedan, si sacamos a todos los citados? Pues los niños (en el supuesto de que los hijos de los que eran parte en «el conflicto» no lo fueran también por consanguinidad) y los que pasaban por allí cuando estallaban la bomba o disparaban.

Para entendernos: ETA no se arrepiente para nada brutal del asesinato del concejal sevillano del PP Alberto Jiménez Becerril, que fue sencillamente «un damnificado del conflicto»; pero pide perdón por el de su mujer, Ascensión García Ortiz, que miró hacia atrás mientras un etarra le descerrajaba un tiro en la nunca a su marido. Seguro que esa distinción será un consuelo para los tres hijos del matrimonio, que tenían entonces 8, 7 y 4 años, y para toda su familia.

Es con esa bazofia vomitiva con la que ETA pretende que la sociedad española acepte el nauseabundo relato de su atroz pasado criminal. Si los pistoleros se arrepintiesen de sus crímenes de verdad alguna vez, lo que no creo, lo que deben hacer es poner todo el material del que disponen a disposición de la policía para que puedan esclarecerse los más de 300 asesinatos que aún quedan por juzgar. Mientras tanto, ya vencidos y derrotados por el Estado de derecho, que no molesten con sus baladronadas de matones y, dicho claro y pronto, ¡que se vayan al carajo!