La pasión por las mentiras

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

26 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El problema ya no es que se divulguen masivamente noticias falsas sobre hechos o realidades muy diversas. El verdadero problema está en la muy favorable disposición de la gente a creerlas e incorporarlas a su bagaje de conocimientos, sin cotejar mínimamente su credibilidad. El resultado es el actual estado de la cuestión, con casi todos incorporados a la redifusión de lo incierto, lo cual conduce, al cabo, a la perplejidad. Porque, puestos a elegir una versión, ¿por qué no quedarse con la que más nos gusta o nos conviene argumentalmente?

Para empezar, deberíamos de saber que las noticias falsas son un negocio o un servicio interesado y partidario, y que no se producen solamente en el ámbito de los rendimientos políticos. Según parece, un tercio de las noticias falsas tienen que ver con la salud y pueden generar unos 6.000 euros diarios con un millón de visitas. Y es que la pasión desatada por saber nos convierte en consumidores de informaciones interesadas y claramente averiadas.

Pero lo más peligroso es nuestra capacidad para creer una información falsa si su contenido nos gusta o nos conviene. Ahí se produce un singular pacto entre nuestras orejeras y nuestros deseos de que la realidad sea así (falsa, irreal) y no de otro modo. Y en esto estamos, con la mentira extrañamente legitimada para funcionar, por ejemplo, como agente político de descalificación -e incluso de criminalización- del adversario político. Esto explica la extraña vocinglería que se ha apoderado de nuestras calles y de muchos espacios informativos.

Creo que, como no salgamos pronto de este paraíso de las noticias falsas y de la burda manipulación de la realidad, vamos a desembocar en un desorden mental, social y político de imprevisibles consecuencias. Porque no vale todo, ni todo es aprovechable en las contiendas electorales. La filosofía de la demonización del adversario solo provoca tensiones de curso no siempre controlable. Dicho en plata, es siempre un mal camino, al término del cual no está el entendimiento sino la ruda confrontación social y política. Porque en este caso no se trata de injerencias rusas, sino de estupideces propias, sazonadas con ciegas ambiciones de poder.