La hostelería que queremos

Pepe Vieira LA ÚLTIMA COCINA DEL MUNDO

OPINIÓN

18 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«España es una potencia mundial en restaurantes». Es posible que usted haya escuchado esta afirmación alguna vez y, a mi juicio, hay algo de cierto en ello. Es verdad que algunos de nuestros restaurantes han llegado al top del mundo mundial. Y no solo eso: en lo que llamamos «alta restauración» hay una carrera sin tregua hacia la excelencia en la que la obsesión por rizar el rizo lleva a muchos chefs, entre los que me incluyo, a planteamientos de mejora impensables hace años.

El correcto tratamiento de residuos, el uso de energías renovables, matar las cigalas sin dolor o salvar a Willy son algunas de esas causas extraordinariamente hermosas que proyectan la imagen de chef valiente y comprometido con el planeta. Y más ahora en el que el foco mediático está iluminando todo lo que tiene que ver con el mundo de la gastronomía.

Es una pena que esos mismos chefs, entre los que me vuelvo a incluir a modo de autocrítica, no aprovechemos toda esta atención para intentar mejorar nuestra industria, es decir, para reflexionar cuál es la hostelería que nos gustaría dejar a nuestros hijos.

Si analizamos la hostelería española en general (bares, restaurantes, chiringuitos, etc.) desde el punto de vista de la conciliación familiar, del tiempo libre, de los horarios de apertura al público y, en definitiva, de la calidad de vida de la peña que trabaja en esto, nos daríamos cuenta de que no somos una potencia mundial. Todo lo contrario: estamos en la cola del mundo occidental.

Deberíamos buscar una solución a los problemas del sector propiciando políticas valientes como fue la ley antitabaco, tan criticada en su momento y que salvó a tantos hosteleros de morir intoxicados con el humo de los cigarrillos. Leyes, en definitiva, que mejoren la vida de las personas que curramos en esto para hacer que la gastronomía española sea un referente a nivel mundial también en lo humano.