Historias de la guerra fría

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

14 mar 2018 . Actualizado a las 08:04 h.

Parece cosa del pasado o, como mucho, de las películas de la saga de James Bond, pero no. El espionaje internacional sigue siendo una realidad, aunque poco o nada se sepa de ella. Difícil distinguir si prima en mí la fascinación o la alarma.  Hace unos días, un exespía soviético -o, mejor dicho, un doble agente ruso-, apareció inconsciente en un banco de un parque de la localidad británica de Salisbury en compañía de una mujer de unos 30 años. Identificados como Sergei Skripal, de 66 años, y su hija Yulia, ahora sabemos que fueron envenenados con un raro agente nervioso.

La vida de Skripal parece sacada de un libro de John Le Carré. Coronel del ejército ruso, fue detenido y condenado en el 2006 a 13 años de cárcel bajo la acusación de alta traición por haber vendido secretos de su país a Gran Bretaña. Cuatro años más tarde, gracias a un acuerdo entre Rusia y Estados Unidos para el intercambio de agentes, Skripal fue liberado y trasladado a Gran Bretaña donde vivía con el estatuto de refugiado.

Aunque el caso está, obviamente, bajo investigación, y en el momento en el que escribo estas líneas tanto Skripal como su hija siguen en estado crítico, todas las pistas apuntan a una actuación de los servicios secretos rusos. Skripal había recibido amenazas y lo había comunicado a las autoridades. Y parece que estas se han llevado a cabo. Todo apunta a sus antiguos jefes cuya televisión pública no ha dudado en afirmar que el clima británico es peligroso para la salud de los traidores a la patria.

Imposible no recordar el caso de Alexander Litvinenko, exagente de la KGB, envenenado con polonio radiactivo y fallecido tras una lenta agonía. Uno de los condenados por este asesinato, Lugovoi, recibió una medalla del Kremlin por su actuación y fue declarado héroe nacional. No parece casualidad que Rusia esté inmersa en período electoral.