Hombres y mujeres, mujeres y mujeres

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

09 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Ayer se movilizaron en España, haciendo huelga o no, varios millones de personas para reclamar algo elemental: que las mujeres no sean discriminadas, por el simple hecho de serlo, en ningún aspecto de la vida política, económica, social o cultural. Es difícil encontrar una reivindicación más justa, fácil de defender y ampliamente compartida. Más justa, porque nada, salvo un machismo residual heredado de cuando aquel era un referente de cualquier ideología - salvo, claro está, la feminista-, puede explicar la permanencia de diferencias de trato que son hoy discriminaciones tan obvias como inadmisibles.

Más fácil de defender, porque ya nadie, excepto los tontos de remate o los reaccionarios de siete estallos -dos formas de decir la misma cosa-, se atreve a sostener que haya algún ámbito en que las mujeres sean inferiores a los hombres. Y más ampliamente compartida, tras haber probado sobradamente las mujeres a los que pudieran tener aun alguna duda su capacidad para hacer lo mismo y hacerlo igual de bien (o mal) que cualquier hombre.

En realidad, a poco que se observe la historia sin prejuicios podrán comprobarse algunas verdades evidentes que convierten en una estupidez la bazofia ideológica en que trató de sostenerse la construcción de un llamado sexo débil.

Entre otras, que ese supuesto sexo débil lo formaban mujeres que parían, trabajaban al mismo tiempo que criaban a sus hijos, mantenían los hogares en funcionamiento, cuidaban a los mayores y administraban, las más de las veces, con titánicos esfuerzos, las, para la gran mayoría, ajustadas economías familiares. ¡Pues menudo sexo débil!

Fueron esas mismas mujeres, con el apoyo de los mejores de los hombres de cada sociedad, las que, tras un esfuerzo titánico, y en una de las epopeyas de la lucha por la libertad del siglo XX, impusieron su derecho a convertirse en plenas ciudadanas.

Esa, más allá de la reivindicación del voto, fue la esencia histórica del movimiento sufragista: la afirmación de que las mujeres tenían el mismo derecho y la misma capacidad que los varones para ocupar el espacio público y acabar con una reclusión secular que las había reducido a la casa, al convento o al prostíbulo.

El camino recorrido desde entonces ha sido inmenso y sería muy útil que quienes insisten con razón en todo lo que queda por hacer, sin duda mucho aun para lograr la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, se lo recordasen de vez en cuando a nuestros jóvenes.

Lejos de un elemento de conformismo o de parálisis, esa constatación de lo mucho que hemos avanzado en el camino de la igualdad podría y debería ser la mejor pedagogía para enseñar que nuestros logros son todavía aspiraciones en la mayor parte del planeta.

Una lección sobre igualdad entre las propias mujeres (entre las de Hollywood y las de cualquier país del tercer mundo, por ejemplo) que no pocas veces se echa en falta.