El GPS y la prueba del algodón

OPINIÓN

01 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1924, cuando George Mallory desapareció en el Everest, las montañas se subían «porque están ahí». Casi un siglo después el romanticismo que movía a los primeros alpinistas ha desaparecido y en su lugar hay una loca carrera de velocidad. Todo vale con tal de ser los primeros (esto cada vez es más difícil, solo queda un ochomil virgen en invierno, el K2) o los más rápidos. A la montaña se va ahora en busca de récords.

El problema de las marcas es que hay que validarlas, ya sea en una pista de atletismo o en las cumbres del Himalaya. Y en este último caso la cosa se complica. El funcionamiento de los altímetros depende de la presión atmosférica _a menor presión, mayor altitud_, y por este motivo son muy sensibles a las variaciones climáticas. Por ejemplo, si hay una borrasca (baja presión) el aparato puede marcar 200 metros más arriba de lo que se está realmente. Tampoco los GPS portátiles son fiables al cien por cien. Tienen un error considerable sobre todo en la Z, que es la altitud (X e Y son las coordenadas de posición). Se comunican con la red de 24 satélites que hay alrededor de la Tierra, pero algunos de estos tienen fines militares y no están graduados para usos civiles.

Jerónimo López, el primer gallego que pisó la cumbre del techo del mundo (en 1988) y actualmente profesor de Geodinámica en la Universidad Autónoma de Madrid, explica que solo los GPS diferenciales tienen una gran precisión: «Son equipos sofisticados, pesados y costosos. Tienes que dejar un GPS fijo en un punto y tenerlo midiendo con los satélites; y tener un par de ellos sincronizados con tu GPS para que te sirva de referencia. Esto no lo hace una expedición normal, salvo que vaya a hacer un estudio de la altura del Everest». López es categórico: «El GPS no va ser la prueba del algodón».

Hay otras alternativas como el Argos, una red de satélites que recoge información ambiental desde plataformas fijas y móviles en todo el mundo utilizando el efecto Doppler, el cambio de frecuencia aparente de una onda producida por el movimiento relativo de la fuente respecto a su observador. El sistema se estableció en 1978 y tiene una alta fiabilidad, siendo usado por muchas estaciones meteorológicas automáticas. Pero tampoco es un equipo para llevar en la mochila.