¿Qué queda de ETA?: su sucia posverdad

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

23 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La imagen resulta repulsiva: doscientos vecinos de la localidad guipuzcoana de Andoáin se concentraron este lunes para jalear como héroes a dos etarras puestos en libertad tras cumplir su condena por colaboración con banda armada en el asesinato de Joseba Pagazaurtundua, quien pagó el alto precio de su vida por haber hecho frente a los terroristas con el admirable coraje de quienes no se dejaron amedrentar por las pistolas.

¿Qué habían hecho en el 2003 Iñaki Igerategi e Ignacio Otaño, que así se llaman los homenajeados, para merecer tal recibimiento popular? Es fácil: ser los chivatos que le sirvieron a la banda terrorista la información para preparar el atentado. Por tan memorable comportamiento -ayudar a que los verdugos de ETA ejecutasen, con el menor riesgo posible, su sentencia de muerte sumarísima- fueron Otaño e Igerategi tratados como hijos ilustres de la localidad, ramos de flores incluidos, en un lugar muy cercano a aquel donde Joseba cayó muerto, tras ser tiroteado. No es posible imaginar mayor escarnio y más maldad.

Y sin embargo, las palabras pronunciadas por los dirigentes aberzales con ocasión de un acto tan infame superan incluso el escalofrío que produce a cualquier persona de bien contemplar a un grupo de gente presuntamente normal homenajear a dos canallas, que pasarán a la historia en el pelotón de los chivatos que hicieron posibles los cerca de mil asesinatos que ETA cometió en su abracadabrante trayectoria.

Porque es el caso que para protestar contra tal vileza se concentraron en Andoáin, ante los chivatos y los admiradores de su hazaña, una docena de militantes de las nuevas generaciones del PP, con su secretaria general a la cabeza. Y es el caso que esa protesta ha sido contestada por las diferentes familias nacionalistas, cuyas palabras ponen de relieve que, derrotada ETA, en el País Vasco queda aun por ganar una batalla: restaurar la verdad de lo que allí ocurrió durante medio siglo largo.

La presidenta del PNV de Vizcaya, Itxaso Atutxa, desautorizó al puñado de chavales del PP porque su acción era, al parecer, un intento de «sacar réditos políticos y electorales». La alcaldesa de Andoáin, de EH Bildu, no fue capaz de decir ni una palabra en defensa de Joseba, su familia y las víctimas de ETA, ni de cómo un acto tan vergonzoso las ofendía a todas de un modo ignominioso.

Pero la palma de la bajeza ética se la llevó Sortu, cuyo secretario general, Arkaitz Rodríguez, proclamó que «el PP permanece anclado en el pasado» y «está demasiado interesado en perpetuar la situación de conflicto armado sencillamente porque obtiene réditos políticos de ello». Es inimaginable una posverdad más despreciable: que quienes, entre otros, eran asesinados, perseguidos y asediados por la banda criminal quieren perpetuar la violencia que les hizo durante décadas vivir en un infierno. Goebbels estaría orgulloso de discípulos tan aventajados en el indecente oficio de mentir.