Frío, cerillas y trineos

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

11 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El primer poema que leí de Antonio Machado, con diez o doce años, era aquel de la escuela en una tarde parda y fría de invierno. En Soledades aparecen tras el invierno, tras nevascas y ventiscas, las golondrinas y las cigüeñas. Aquellas nevadas, y los fríos épicos de la literatura rusa, que los niños coruñeses desconocíamos. En la costa de los chubascos y de la fuerte marejada, la nieve era como la arena del desierto del Sahara. Jack London tiene un cuento duro y frío, precioso y perfecto, titulado Encender una hoguera. En él se narra la lucha desesperada de un trampero solitario de Alaska por encender una cerilla y con ella una hoguera que le salvará la vida durante la noche que cae. Pero no lo consigue. Son las llanuras nevadas de Colmillo blanco, pero podrían ser también las de Dersu Uzala, el cazador en las taigas que recorre el río Ussuri en la lejana Rusia, que contó su amigo Arseniev y llevó al cine Akira Kurosawa. El invierno duro y blanco que se vive estos días en la cuna de Amancio Ortega, en las montañas recónditas que separan Asturias de León, que parecen parajes de Juego de Tronos. Pero existe también la alegría de la nieve, la de las batallas de bolas de los niños, la de los artilugios para resbalar, esquís y trineos, la del patinaje sobre hielo. De esa fiesta van los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebran estos días en China. En un lugar tan lejano que podrían estar celebrándose en la luna, donde creo que también hace bastante frío. Y a mí, secretamente, me da mucha envidia.