El Gran Hermano somos nosotros

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

18 ene 2018 . Actualizado a las 07:18 h.

En 1984, justo cuando se alcanzó la fecha en la que Orwell había situado la acción de su novela escrita tres décadas antes, la informática aparecía como un ente liberador frente a las sociedades totalitarias y el pensamiento único. El famoso anuncio del Macintosh realizado por Ridley Scott mostraba el ordenador como un martillo del Gran Hermano que adoctrinaba a las masas; una hermosa muchacha destrozaba con él la pantalla desde la que se dirigían soflamas alienantes y represoras.

Treinta años después podemos decir que Internet se ha convertido en la mejor plataforma para crear una sociedad orwelliana, desde donde manipular la información y practicar una vigilancia masiva. Pero, tanto en 1984 como en el 2018, quienes están detrás de la tecnología utilizada para controlar a la población no son las máquinas: somos nosotros mismos.

Ningún Gobierno o corporación es tan poderoso como las redes sociales, que pueden dirigir la opinión pública con un simple comentario en Facebook o Twitter. Usuarios amparados en el anonimato entran en foros, chats y en las noticias de los medios y sentencian, aleccionan, tergiversan o directamente mienten. Ya no hace falta que un organismo superior nos vigile, porque somos nuestros propios censores y difusores de lo políticamente correcto. Lo estamos viendo estos días con el movimiento #MeToo, que ha puesto bajo sospecha a todo el género masculino y cualquier acercamiento a una mujer puede ser interpretado como acoso. Y quien se atreve a discrepar públicamente, como Catherine Denueve, es puesto en la picota y obligado a matizar sus declaraciones.

Podemos acusar sin pruebas y provocar una reacción que condene a una persona al ostracismo profesional o al repudio social. Somos rehenes de las propias aplicaciones que usamos, como WhatsApp, que guarda todos nuestros mensajes, fotos y vídeos y pueden después ser usados en nuestra contra. Llevamos permanentemente un móvil que tiene ojos y oídos para espiarnos, y empezamos a adoptar otros aparatos que anulan la privacidad en el hogar, desde asistentes digitales a aspiradoras con cámara. Hemos creado nuestra propia distopía.