El «Bolero» de Ravel en el Palau

OPINIÓN

Alberto Estevez | Efe

18 ene 2018 . Actualizado a las 07:18 h.

Casi nadie sabe que el Bolero de Ravel -que los expertos explican como el resultado de una combinada inspiración de música española, la bailarina Rubinstein y el genio orquestal del francés-, es en realidad un poema sinfónico inspirado en los juegos políticos de la burguesía catalana, cuya esencia consiste en mantener al auditorio boquiabierto y fascinado, a pesar de repetir siempre el mismo tema y el mismo tempo, sin más recurso ni secreto que una progresiva carga orquestal que disimula divinamente su déficit temático. Es lo mismo que hacía el director de la banda de Vilatuxe -si me permiten la blasfemia- cuando, ya de madrugada, repetía su repertorio «máis cargado de bombo».

Conscientes de que el Bolero no es más que una versión sonora del programa secesionista, el Palau de la Música -que el gran arquitecto Domènech i Montaner convirtió en una fantasiosa expresión del obsesivo modernismo de las mismas burguesías-, acaba de reprogramar el Bolero de Ravel, para homenajear a los Junqueres, Torrents, Maragalls y Forcadells que iniciaron ayer la segunda repetición orquestal del Bolero de Carles Puigdemont. Y a mí me parece una magnífica idea. Porque gracias a esta reposición podremos ver en qué han venido a dar las grandes hazañas de tan famosas burguesías: su nacionalismo convertido en matraca insulsa e insoportable, cuyo valor se reduce a sus hábiles orquestaciones y su reiterativo redoble; y su fundación artística -el Palau del Orfeó de Catalunya- convertido en una cueva de ladrones, o en la potente ganzúa que utilizaron los patriotas enrolados en las filas de Convergència primero y en las del PDECat -en estas pasadas elecciones- para resarcir a Cataluña de lo que España les ha robado.

Por eso creo que todos deberíamos cooperar en este nuevo ciclo político, adoptando comportamientos coherentes con lo que el pueblo nos pide. Lo primero que deberíamos hacer es un pacto entre todos los comentaristas y tertulianos para no escribir ni decir nada nuevo sobre el procés, y pedirle a nuestras empresas que repitan todo lo que hemos escrito, cambiando solo el tipo de letra y las cursivas. Lo segundo, obviamente, pedirles al Gobierno y a los jueces que repitan sus mismas maniobras, con los viajecitos de Sáenz de Santamaría, los cheques-regalo de Cristóbal Montoro, los papeles mojados del Tribunal Constitucional, los procesamientos de la Audiencia Nacional y el Supremo, y el artículo 155 de Mariano Rajoy. Y lo tercero, pedirle a Arrimadas que desinfle al PP y gane otra vez las elecciones, y, tras unos días de euforia, le dé entrada a la tercera repetición. De esta guisa -diría Portomeñe-, cuando hayamos repetido la maniobra siete pares de veces, cambiamos el tono de do mayor a mi mayor, elevamos los espíritus a la máxima altura, regresamos a do mayor para que la caída sea más grande, y precipitamos el final en una coda disonante y un golpe de timbal. Después podremos pasar tres pacíficas décadas escuchando el Mesías de Haëndel, antes de volver a empezar.