Aurelio Menéndez, maestro en la vida y en la universidad

Ignacio Arroyo Martínez IN MEMORIAM

OPINIÓN

15 ene 2018 . Actualizado a las 12:14 h.

El profesor Aurelio Menéndez, o Don Aurelio como le llamamos los más allegados, falleció el pasado 3 de enero del presente 2018, cumplidos los 90 años. Había nacido en Gijón el 1 de mayo de 1928 y nos acaba de dejar definitivamente en su domicilio madrileño, cuando su delicada salud de hierro se quebró definitivamente.

Muchos en Asturias y en España se han hecho eco de tan notable pérdida, pero no podemos dejar de glosar su memoria en la tierra gallega, en la que vivió una etapa importante, aunque breve, de su vida, y porque su rica personalidad tenía componentes del ser gallego, basta citar su fino sentido del humor.

La personalidad de Aurelio Menéndez fue polifacética: por un lado, compatibilizó la docencia y el ejercicio profesional; y por otro lado, alternó, su vida privada con la política.

En efecto, su primera y principal dedicación fue la universidad, a la que consagró los mejores y más fecundos años de su larga vida. Licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo (1949), y doctor en Derecho por la Universidad Central de Madrid (1953), más tarde fue catedrático de Derecho Mercantil en las Universidades de Valladolid (Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Bilbao), Santiago de Compostela, Salamanca, Oviedo y Autónoma de Madrid, siendo en esta última Decano comisario de la Facultad de Derecho.

De su paso por la universidad compostelana, (1957-1960) destaca lo que el denominaba «apetito desordenado de libros» habiendo dejado su huella en la incipiente formación de una nutrida, para entonces, biblioteca de Derecho marítimo. La docencia queda testimoniada en los miles de alumnos que siguieron sus lecciones durante casi cuatro décadas. Y sobre todo en la nutrida escuela de doctores y catedráticos de la disciplina que hoy imparten enseñanzas en diversas regiones como son Andalucía, Asturias, Castilla y León, Cataluña, Galicia, Madrid y el País Vasco.

Sus cualidades docentes fueron compañeras inseparables de su probada aportación científica, esencial para la renovación de los estudios mercantiles en España, arropada en los últimos años por la presidencia de la Revista de Derecho Mercantil, que fundaron en 1948 los maestros Joaquín Garrigues y Rodrigo Uría. Él ha sabido, junto a otros maestros que también nos han dejado, como los profesores Carlos Fernández-Novoa, Fernando Sánchez Calero y recientemente Manuel Olivencia Ruiz, situar a la denominada escuela española de derecho mercantil al mismo nivel de sus homólogas europeas.

Pero su saber no fue solo teórico o académico, pues ejerció la abogacía con fruición y fundó uno de los bufetes más prestigiosos y de mayor proyección internacional: el despacho de abogados Uría & Menéndez.

Por otra parte, don Aurelio tuvo una relevante actividad política. Ministro de Educación y Ciencia con el primer Gobierno de Adolfo Suárez (entre 1976 y 1977), su aportación resultó decisiva en la legalización del Partido Comunista y la consiguiente restauración democrática. No es revelar ningún secreto que ser paisano del entonces secretario general del PCE, Santiago Carrillo, ayudó notablemente en el éxito de la operación.

Miembro del Consejo de Estado, de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, magistrado del Tribunal Constitucional y presidente de la sección de Derecho Mercantil de la Comisión General de Codificación, completan su biografía como personalidad pública, al servicio del Estado.

Conviene subrayar que Aurelio Menéndez nunca fue hombre de partido, aunque tenía sus preferencias políticas. Dialogante, negociador y respetuoso siempre con la persona del adversario, prefería convencer a ordenar o imponer. Preguntaba pero no claudicaba. Le interesaba la persona, la condición humana más que la forma en que pensaba o argumentaba. Por eso entendió la política no como instrumento de poder sino como sacrificio personal al servicio del interés general. Honesto, transparente y sincero hasta el extremo, regresó a la cátedra y al ejercicio profesional tan pronto cumplió el mandato político para el que fue llamado.

Doctor honoris causa por varias universidades españolas, premio Príncipe Asturias de las Ciencias Sociales y premio Pelayo son algunas de las distinciones que adornan su impecable trayectoria, a las que se añade la más reciente de marqués de Ibias, al reconocerle el Jefe del Estado, entre otros méritos, el haber sido preceptor del entonces príncipe de Asturias durante sus estudios de Derecho. Sin embargo, más allá de tantos títulos siempre nos recordaba que el más querido era el de profesor.

No quiero terminar esta nota sin recordar una de las lecciones que más me han aportado en mi vida profesional, académica y personal. Con frecuencia me decía «Ignacio, hable y escriba libremente, pero cuide los adjetivos». Qué gran verdad. Qué consejo tan hermoso.

Su persona ya no está entre nosotros, pero sí su personalidad. El magisterio de quien contribuyó al conocimiento, al diálogo respetuoso y al bienestar de los españoles.