Catherine Deneuve y el cardenal Tavera

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

13 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El fotograma más hermoso e intenso del cine español es aquel en que Catherine Deneuve -hermosa, joven, amante y pupila a la vez- se encara con el cardenal Tavera a dos palmos de distancia. Catherine representa la fuerza de la vida que arrasa con las formas pacatas de una sociedad provinciana. Tavera, en cambio, está muerto, con su cara alabastrina convertida en un surtidor de pensamientos funerales que inundan la colosal iglesia del Hospital de Afuera. Y entre ambos brota el diálogo entre la dulce intensidad de la vida y la dura intensidad de la muerte.

La escena -de la película Tristana- la rodó Luis Buñuel en Toledo, en el año 1970. Pero yo la vi por primera vez en 1971, el mismo año en el que, de la mano de mi profesor de Arte, aprendí a estudiar y contemplar al mismo tiempo la historia, la política y la belleza, hojeando, como si fuesen álbumes, las calles y plazas de las ciudades de España. Allí empecé a entender las mentes renacentistas que fundaron nuestro Estado, y a explicarme por qué ese Estado sigue vivo, cinco siglos después, a pesar de los titánicos esfuerzos que los españoles hemos hecho, desde hace tres siglos, para pulverizarlo.

A Tristana, encarnada por Catherine, la dirigió en esta cinta Luis Buñuel, que quiso hacer de ella un símbolo aprisionado de la vida incontenible. Y al cardenal Tavera lo dirigió Alonso Berruguete, que entre 1554 y 1561, con el expreso encargo de emular el sepulcro que Ordóñez había tallado para el cardenal Cisneros, logró ponerle cara a un hombre dolorido, a un cardenal poderoso, a un estadista, al Renacimiento, y a la muerte, como si hubiese escrito en alabastro las mismas palabras que puso Kempis en la meditación de la muerte: «Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de componer. Hoy es el hombre y mañana no parece. Y en quitándolo de la vista presto se va, también, la memoria». Por eso decía Jean-Claude Carrière, el guionista de Tristana, que el choque entre Catherine Deneuve y Tavera «es la victoria de la muerte sobre la vida». Aunque yo, que visité veinte veces la inefable obra de Berruguete, creo que es, sin duda alguna, el triunfo de la vida.

Catherine Deneuve padece estos días el ataque injusto del pensamiento correcto. La acusan, en Francia, de no ser radical y clara contra los fantasmas del machismo, el acoso, el sexismo y la falocracia que dominan nuestra imagen del mundo. Y por eso me acordé de ella -para darle la razón- mirando de frente el cadáver del cardenal Tavera. Porque la libertad de pensamiento e interpretación de las cosas es el principio -ya lo dijo John Stuart Mill- de toda libertad y de todo progreso. Y porque si no podemos distinguir «la seducción insistente o torpe del crimen de violación», vamos, cuesta abajo, camino de un puritanismo manejado por la opinión dominante. Claro que a doña Catherine le da igual lo que digan de ella. Porque ya apostó por vivir, sobre el sepulcro de Pardo de Tavera, y salió ganando.