Los balances de «aninovo»

OPINIÓN

MARISCAL | EFE

30 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

España trabaja más -dicen- que los vecinos de la Unión Europea. Y el único momento en que esta regla se rompe es la Navidad, que, prolongada por los Reyes Magos, sirve para reunir familias y amigos, para caerse de culo en las pistas de hielo, para enseñarles villancicos a los niños sin explicarles -porque ahora somos laicos- a quién se los cantamos y para vivir un tiempo divinamente desorganizado que afecta a empresas, administraciones, parlamentos, universidades y colegios, y a la liga de fútbol.

¿Y qué hacen los políticos en estas fechas? Pues ir al revés. Y, en vez de respetar la «noche de Dios, noche de paz», nos endilgan el balance de sus hazañas y genialidades y, tras romper con el espíritu navideño, nos explican que, salvo la propia mismidad del que nos habla, el mundo está lleno de malos, incompetentes y egoístas. Lo hacen así, supongo, para cumplir con la ley de transparencia sin que nos enteremos de nada, y para que las borracheras y acideces del fin de año nos borren cualquier dato interesante o novedoso que se les haya escapado. Pero, dado que nadie falta a esta absurda tradición, que abre cada año el rey Felipe VI con su mensaje de la Nochebuena, me siento obligado a cumplir con mi profesión de politólogo, y resumirles los respectivos balances.

El balance del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, es el más claro, porque lo hace desde el poder, y se resume así: la economía va como una moto, y todo lo demás iría igual si en vez de darme un Congreso fragmentado, banal, nacionalista, populista y procesófilo me hubiesen dado un Parlamento típico de la transición, parecido a los que tuvieron mis antecesores, y yo mismo, entre 1977 y 2015.

El balance del PSOE también es fácil, porque se hace en clave de «donde digo digo, digo Diego»: Podemos ya no es socio preferente; Colau no nos quiere; los independentistas nos toman el pelo; Inés Arrimadas más es inmovilista y hace menos política que Rajoy; la nación de naciones está hibernada; los pactos con Ciudadanos nos los robó el PP; Pedro Sánchez no quiere explicarse; a Margarita Robles ya le dijimos que los silencios también están en la partitura; Iceta está deprimido y el pobre Ábalos hace lo que puede para que todos vean que somos los mejores.

El balance de Podemos -«el cielo puede esperar»- es el más conciso. Y el de Puigdemont -«procés, procés i procés»- es como una partitura con un solo compás y un «Da capo» que opera sine fine. Aunque el balance que más me gustó, por su claridad y exactitud es el de Albert Rivera, que vino a decir: «2 y 2 son 4; 4 y 2 son 6; 6 y 2 son 8; y 8, 16; y 8, 24; y 8, 32; ánimas benditas, arrodíllense vos».

Gracias a los balances de Navidad sabemos que el presupuesto está prorrogado, que la financiación autonómica va para largo, que las reformas pueden esperar, que Cataluña seguirá desgobernada y que el 2018 va a ser tan fecundo como el 2017. ¿Y será verdad? Eso nos lo dirán, Deo volente, en los balances del próximo año.