Sueldos de «mossos» y policías

César Casal González
César Casal AL ROJO VIVO

OPINIÓN

03 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Nada tan español como la gangrena del odio. Ya está en Ortega. El texto podía ser de hoy. «El odio es un afecto que conduce a la aniquilación de los valores. Por el contrario, el amor nos liga a las cosas». Pero en España apostamos siempre por el odio. Lo disfrutamos. En el conflicto catalán el acero del odio brilló cegador como nunca. También está en Ortega: «La inconexión es el aniquilamiento. El odio que fabrica inconexión, que aísla y desliga, atomiza». Y así estamos con España atomizada, dañada, partida desde la secesión catalana hasta el cupo vasco y más allá. ab aeterno. En el choque catalán, hasta el Rey y la aplicación del artículo 155 de la Constitución, el odio lució de forma especial en el maltrato a los policías y guardia civiles. El barco de Piolín. Los escraches en los hoteles, de donde los quisieron echar y los echaron. La manipulación de las imágenes de su actuación en el día de las urnas chinas, la jornada en la que haciendo su trabajo y cumpliendo órdenes los echaron sin pies ni cabeza al foso de los leones. Los enviaron a una misión imposible: intentar frenar una farsa con miles de seguidores en pleno delirio. Si es el momento de los cuponazos para el País Vasco y Navarra, tiene que ser ya el momento de equiparar los salarios en este país de las mil diferencias. La doctrina del café para todos que cebó 17 administraciones creó monstruos que ha llevado a que los mossos cobren más que los policías nacionales y los guardia civiles, por hacer el mismo trabajo. O, como se puso en evidencia, con el mayor Trapero como punta de lanza, peor todavía: los mossos cobraron más por no hacer su trabajo en los días de las infamia.

Igual que es grave que se estén estudiando diecisiete historias de España distintas en un adoctrinamiento que acentúa el odio, es lamentable que España haya tenido que destacar a policías y guardias civiles dentro de su territorio, suspender libranzas, en unas condiciones duras, para hacer un trabajo que los que cobran bastante más que ellos no quisieron hacer. Una lección para aprender. Y esta historia solo puede terminar con una más que merecida y ganada equiparación salarial. La culpa es de todos los políticos que, transferencia a transferencia, permitieron este disparate. Lo pequeño es hermoso, ¡viva el nacionalismo!, sobre todo si las facturas te las paga tu hermano mayor y te hinchan la nómina.