El reaccionario nacionalismo de los ricos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Zipi | EFE

03 dic 2017 . Actualizado a las 08:31 h.

No es necesario ser un gran lector para saber que las democracias modernas se sostienen en cuatro elementos esenciales: el sufragio universal, el respeto a los derechos, el pluralismo de partidos y la solidaridad fiscal. A este último es al que deseo ahora referirme.

La solidaridad consiste en que pagamos impuestos de modo progresivo en función de nuestra renta para que los poderes públicos devuelvan ese dinero a la sociedad en forma de bienes y servicios, favoreciendo en mayor medida a los más necesitados. Fue la aparición de esa solidaridad fiscal la que puso fin a la barbarie del primer capitalismo y es hoy la base sobre la que hemos construido los estados de bienestar (un puñado en todo el mundo) donde existen sólidos sistemas públicos de sanidad y educación universal y de previsión social frente al desamparo, del seguro de desempleo a las ayudas a la dependencia.

Aceptado hoy el estado de bienestar, con algunas diferencias entre las grandes fuerzas tradicionales de la izquierda y la derecha, como un hecho inconmovible (lo que se llamó «el consenso de posguerra»), los grandes enemigos de la solidaridad fiscal son ahora los nacionalismos que proliferan como hongos en Europa.

¿O alguien considera casual que los movimientos nacionalistas en Italia (la Lega Nord per l’Indipendenza della Padania) hayan surgido en el norte rico y desarrollado, con un discurso político xenófobo y supremacista contra el sur pobre y poco desarrollado? ¿Es fortuito que el nacionalismo antiinmigración, que ha señalado como sus enemigos a los pobres que llegan a Europa en busca de futuro, se extienda como mancha de aceite, por los países más ricos de nuestro continente: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Holanda, Suecia, Austria, Bélgica o Finlandia?

No, nada de eso es casual ni fortuito. Como no lo es que las tres únicas Comunidades españolas donde el nacionalismo es desde hace años una fuerza relevante sean el País Vasco, Navarra y Cataluña, es decir, tres de las regiones más ricas del país. El PNV, que no contribuye a la solidaridad fiscal interregional, ha cerrado hace unos meses un pacto sobre el cupo que ha resultado en realidad un cuponazo. El nacionalismo catalán aspiraba, antes de echarse al monte, a un sistema de financiación como el vasco y el navarro, que le permitiese reducir sustancialmente su aportación a la solidaridad entre las regiones españolas o, lo que es decir lo mismo, entre los españoles más ricos y más pobres. Ahora, derrotada ya la secesión, empieza a hablar de nuevo de dinero.

Todo eso es comprensible, porque, cuando se quita la careta, el nacionalismo es lo que es: una fuerza reaccionaria. Lo que no puede entenderse es que ese retrógrado programa de solidaridad fiscal inversa (de los que tienen menos hacia los que tienen más) tenga seducida a nuestra izquierda, que sigue creyendo que nacionalismo y progresismo son términos equivalentes. Y si no, que se lo pregunten a Pablo Iglesias, a Pedro Sánchez, a Miquel Iceta o a Ada Colau.