Yo prefiero a los lobos

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

25 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy, 25 de noviembre, es el Día de la No Violencia contra las Mujeres. Y hoy, como tantas veces, vuelvo a decir que entre todos los miserables de la tierra los más miserables son los violadores. Son una especie de verdugos más venenosa, si cabe, que otras de su biotopo. Aunque estos subgéneros de canallas beben en el mismo estanque purulento: el maltrato a la mujer. Los detesto como no detesto a nadie. Y, si mi corazón es capaz de odiar, a estos los odio sin redención posible. Me gustaría no sentirlo así y arrepentirme de este pecado. No puedo. Estos días hablan los noticiarios de cinco acusados por violar a una niña de dieciocho años en Pamplona. Las crónicas son constantes y, a ritmo jurídico (proponen o desproponen pruebas), completan la crónica negra de nuestro día a día. Las he leído con repugnancia mientras relataban los mensajes que se cruzaban los acusados. Hasta he sabido que un detective privado, contratado por el abogado de uno de los presuntos, había investigado a la víctima. Qué paradoja. La violan y la investigan, a ella, por si ha sufrido proporcionalmente al delito cometido o si su conducta anterior era susceptible de ser «provocadora». Para salir corriendo de España y no volver. ¿Hasta cuándo vamos a consentir esta ignominia impropia de la civilización? ¿Hasta cuándo una mujer va a ser susceptible de ser maltratada, o violada, en función de su modo de vestir o de sus salidas nocturnas o de sus excesos o recatos, de sus fiestas o retiros? ¿Acaso la violación es un castigo de la providencia a mujeres de minifalda o salida nocturna?

Por eso digo que entre los miserables que conozco, los más miserables son los violadores. No solo infligen un daño irreparable a sus víctimas, sino que las condenan a ser declaradas «bajo sospecha» de deshonra. Que España consienta este desprecio es indigno. Como lo son algunos resultados de encuestas entre los muchachos: algunos ven correcta la superioridad del macho en la pareja. Qué asco. Y así pasa lo que pasa. Que vienen unos miserables y convierten su supremacismo (ahora que tanto se habla de tal término) en una violación. Yo lo he dicho más de una vez. Vuelvo a lo mismo: los metería en la cárcel y no saldrían jamás. Porque un violador no cambia. Nunca. Es una ley no escrita en la que creo. Y disculpen los discrepantes con mi criterio este vehemente determinismo. Los presuntos de Pamplona, a los que están juzgando todavía, sacaban pecho con su gesta. Y esto, desgraciadamente, no está bajo instrucción judicial. Y de esto apenas se habla. Yo, sin embargo, lo juzgo repulsivo: cinco hombres cercanos a la treintena disfrutan con una niña de dieciocho. Obtienen placer de este hecho nauseabundo. Lo decían en sus mensajes. Y sus amigos los jaleaban, como si fuese una gran faena abusar, ¡cinco!, de una chica de dieciocho años. Ahora dirime la Justicia si son culpables de violación. Y la niña aún debe demostrar que le dolió, que la humillaron, que mataron para siempre una parte de ella. A ellos les llaman La manada. Yo prefiero a los lobos.